Groenlandia, la gran isla que Trump quiere convertir en la Alaska del siglo XXI

El Secretario de Estado Seward, comprador de Alaska en 1867. El presidente Trump en su segundo mandato insiste en comprar, anexionar, Groenlandia para EEUU


La insistencia por comprar Groenlandia del presidente de EEUU, Donald Trump, recuerda a la histórica compra de Alaska a los rusos hace 150 años. Veamos en un esbozo histórico si Groenlandia y Alaska, presentan similitudes o muchas diferencias en la posible compra estadounidense de la gran isla del Ártico; territorio autónomo adscrito al Reino de Dinamarca (Europa). 



 Los tramperos y cazadores rusos de 1867 que pudieron conocer la noticia de que su zar había vendido el territorio de Alaska al gobierno de Washington debieron quedar muy asombrados. Aunque existía ya el telégrafo, las noticias no corrían al instante como ocurre ahora en la era de Internet. Muchos tendrían recelos justificados ante la nueva soberanía, porque la recién finalizada Guerra de Crimea fue más que nada una alianza de las viejas potencias europeas con Turquía para detener el expansionismo ruso

Una expansión geopolítica rusa que de Asia pasaba a mirar al continente americano. Una «mirada de deseo» al mismo lugar –estrecho de Bering- donde se dieron las migraciones asiáticas que poblaron América hace miles de años. Mucho después, la «competición colonizadora» de América se inició en el siglo XVI en Europa con las expediciones hispano portuguesas. Pero ya en el siglo siguiente, desde el XVII, comenzaron otros países europeos a interesarse por el Nuevo Mundo.

 Así, el primer mérito explorador europeo de Alaska recae en el navegante danés al servicio del zar ruso, Vitus Bering. Este marino daría nombre al estrecho y es significativo que tuviera origen danés, pues nos habla también del papel cada vez mayor ya en el siglo XVIII de Dinamarca en las colonizaciones de la América del Norte, en las tierras próximas a los límites del Ártico. Algo demostrado con sus exploraciones por la gran isla, Groenlandia, situada junto a la tierra más septentrional del continente americano. Se puede constatar en los archivos europeos la llegada de colonos daneses y como formalizaron sus asentamientos ya estables en la isla a partir de 1721.

Por otro lado, Rusia tomó la iniciativa en Alaska en el siglo XVIII y llegó a fundar varias colonias, entre las que destacó Sitka porque sería la capital de la llamada Alaska rusa. El territorio llamado Alaska por la palabra del pueblo aborigen aleutiano alaxsxaq (“tierra firme”), tuvo muchas más disputas en los despachos diplomáticos que sobre el terreno con acciones militares o exploratorias. 

 Había una Alaska rusa, pero también una Alaska británica e, incluso, una Alaska española. Las reclamaciones del rey Carlos III fueron en base a una bula papal del siglo XV, la Inter Caetera que concedía Alejandro VI a los Reyes Católicos hispánicos los derechos de exploración, evangelización y colonización de toda la costa oeste de la tierra recién descubierta. La Monarquía española no se lo tomó a broma, mandó para hacer valer esos derechos varias expediciones, destacando las de Bruno de Heceta en 1775 y la de Ignacio de Arteaga de 1779.


Localización de Groenlandia. Fuente imagen de la Wikipedia



Sin embargo, en el siglo XIX los rusos seguían siendo los europeos mejor posicionados en Alaska. Aunque no tuvieron una convencional actividad de fundación de ciudades, más bien su objetivo principal fue la costosa caza de nutrias. Los rusos no hicieron grandes fundaciones coloniales (ciudades portuarias, asentamientos interiores) propiamente dichas, eran enclaves comerciantes y cazadores. Las relaciones con los indígenas no fueron amistosas y la explotación directa de los zares con supuestos oficiales del imperio resultó poco productiva. 

Por lo visto el zar Alejandro II y su hermano Constantino, propietarios de las mayores concesiones en Alaska, eran muy malos comerciantes. No lograban rentabilizar las inversiones en la caza de la nutria, alquilando la explotación a compañías mercantiles como al monopolio de esa época: la Compañía ruso-estadounidense. Aún así les seguía pareciendo deficitaria y un negocio poco digno para su «prestigio imperial». Empezaron a pensar en la posible venta de esos territorios.

 Tras la Guerra de Crimea el Imperio ruso necesitaba liquidez. La venta de Alaska a Estados Unidos no pareció mala idea para ingresar dinero y además así se expulsaba al principal enemigo de la zona, los británicos. En el joven país norteamericano algunas opiniones fueron contrarias, se veía como un capricho costoso y de incierta rentabilidad, se llamó a la operación con sarcasmo La nevera de Seward o El jardín del oso polar de Andrew Johnson. Pero al final se impusieron los partidarios de la compra y esta se realizó el 1 de agosto de 1867, gestionada por el Secretario Estado estadounidense William H. Seward, por 7,2 millones de dólares.

A la larga, el proyecto de compra dio la razón a los que argumentaron sería un excelente golpe de mano geoestratégico. Por de pronto se «cercaban» los intereses británicos y franceses en América del Norte (en Canadá sobre todo). El tiempo también demostró que resultaría una beneficiosa operación económica. Con el paso de las décadas, Alaska se ha convertido en uno de los estados de EEUU de mayores recursos naturales y energéticos.

 En esa línea mercantilista y de explotación de recursos está la insistente idea de comprar Groenlandia del otra vez presidente Trump. No obstante, el singular mandatario de Washington se encontrará con la realidad de no estar en el siglo XIX con centenares de fronteras sin definir. Y aunque geográficamente Groenlandia se tiende a incluir en la esfera de América, la historia la convirtió es una «isla puente» enlazada a los reinos nórdicos de Europa. La actividad económica desde la Alta Edad Media en esa región así lo atestiguan. 

Llegados a una hipotética compra, el proceso debería someterse a un referéndum del soberano pueblo de Groenlandia. Que a pesar de estar políticamente dentro de la Corona danesa, tiene autonomía suficiente para exigir esa consulta. También debería hacerse un estudio sobre su viabilidad: ¿Qué precio pones a un país? 

 Además, las intenciones de este multimillonario hombre de negocios que de nuevo ocupa la Casa Blanca tendrían, conociendo sus modos y maneras, el carácter de «salvajes» explotaciones de recursos naturales, con un estilo similar al de la voracidad de las épocas coloniales. Algo que choca frontalmente con la pretendida filosofía socioeconómica de sostenibilidad de la Unión Europea y de un país como Dinamarca, uno de los más experimentados y partidarios de que la acción económica respete al medio ambiente.

Pero quizás Trump cuente en esta segunda ocasión, ya lo intentó en su primer mandato, con el apoyo de más groenlandeses. La apreciación que se tiene en la gran isla sobre Dinamarca ha ido desmejorando. Las quejas de desatención son muy habituales y cada vez mayores. Groenlandia lamenta que por parte de Copenhague, es decir de Europa, no se hagan mayores inversiones económicas. A lo mejor comienzan a mirar al otro extremo del puente, a América. 




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