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Fotografía que circuló entre la prensa de la época (1918) donde se ve al director del museo en ese momento, José Villegas, dando detalles sobre el suceso a otras autoridades |
La fama precede al comisario jefe Fernández Luna, al que muchos cronistas han apodado como el Sherlock Holmes español por los numerosos casos que ha resuelto. Llega al Prado acompañado por dos ayudantes y varios guardias urbanos para atender la denuncia realizada por el director del museo, don José Villegas. Al final de la mañana del 20 de septiembre de 1918, sobre las 13:30 horas, el subdirector del Museo del Prado Sr. José Garnelo, advierte que una de las tres vitrinas que guarda el Tesoro del Delfín estaba abierta. El comisario Fernández ordena la detención de todos los visitantes que estuviesen en ese momento en el museo y el cierre de todas las puertas. El viejo edificio diseñado por Villanueva queda acordonado por la policía, nadie puede salir ni entrar.
Pero esa acción contundente del Sherlock Holmes español acabó siendo unas medidas precipitadas y muy ineficaces. Enseguida la investigación llevaría a otras pistas y otra hipótesis más ajustadas a la verdad de lo ocurrido. El robo no se había cometido ese día de septiembre, pues un vigilante del museo dos meses atrás había advertido a uno de los conserjes que faltaban piezas del Tesoro del Delfín. El aludido argumentó que no informó en su momento porque consideró que esos objetos estaban en manos del conservador, en el almacén de restauración. Las pesquisas llevaban en una dirección clara: el robo había sido cometido desde dentro por alguien del museo.
En efecto, todos los indicios iban dirigidos hacia un ex funcionario del museo, despedido en abril de ese mismo año 1918, llamado Rafael Coba. Tras esa primera intervención aparatosa e inútil ordenando el cierre del Museo del Prado por el comisario jefe Fernández Luna, el inspector acabó demostrando el porqué lo llamaban el Sherlock Holmes español cuando tomó iniciativas tan novedosas y eficaces como la toma de huellas dactilares en la "escena del crimen". Una técnica que no se había realizado a esos niveles en España. Esa forma de trabajar del comisario Fernández iniciaba una nueva etapa en la historia judicial de España. Apoyado por un juez instructor también partidario de modernizar el oficio policial y fiscal, el juez Sr. Ruz, en una semana pudo cerrar el caso encontrando al culpable.
La iniciativa que tuvo el Sherlock Holmes español de tomar huellas dactilares de la vitrina manipulada, cotejándolas con las huellas de las personas del museo relacionadas con el caso desde el último portero al director, supuso una de las primeras veces donde esa técnica forense se usó de manera eficaz en España. Esta aplicación de métodos científicos en la investigación criminal sirvió para motivar la modernización de la práctica policial tradicional y la idea que se tenía sobre la seguridad y custodia de los lugares públicos tan importantes como es el Museo del Prado.
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Vista de varias de las vitrinas en las que se expuso entre 1989 y 2018 el Tesoro del Delfín, en una cámara subterránea del Prado. Desde 2018 este conjunto se muestra en una sala circular con vitrinas y demás adelantos expresamente diseñados. Créditos imagen: Por Carlos Reusser, CC BY 2.0 |
Para el día 28 de septiembre ya se tenía como principal sospechoso al ex vigilante del Museo del Prado, Rafael Coba. Estaba en paradero desconocido, pero su entorno más cercano daba claras pistas de dónde podría encontrarse. Fue su prometida, Ascensión Rodríguez, la que aportó datos claves para saber quién era este sujeto, supuesto culpable del robo de unas 50 piezas del Tesoro del Delfín una vez realizado un detallado nuevo inventario. Por lo visto, había llegado a Madrid sobre 1910 desde su localidad natal de Castro del Río (Córdoba) para hacer el servicio militar - la Mili- en Madrid, en el Regimiento de Ingenieros. Eso le serviría para adquirir conocimientos de mantenimiento y mecánica. Y una vez licenciado del servicio en el ejército, encontrar trabajo en la capital como conductor de tranvías y luego celador (vigilante) en el Museo del Prado.
Sin embargo, del trabajo de vigilante en el Museo fue despedido o fue abandonado por él, por faltar a sus obligaciones. Según su novia Ascensión, desde entonces llevaría una mala vida, dedicado al juego y al trapicheo de la compra-venta de objetos. Precisamente, en los primeros días de pesquisas del comisario jefe Fernández en ese mundo del negocio de compra-venta de metales preciosos, se forzaron las declaraciones de varios anticuarios y un platero madrileños que reconocían haber comprado partes de las piezas robadas del Tesoro del Delfín. El ex funcionario del Museo del Prado las había estado sustrayendo y vendiendo sus partes más valiosas durante muchos meses antes del descubrimiento del robo.
Finalmente, Rafael Coba sería detenido en Linares (Jaén) casi un mes después de la denuncia de los directores del Museo del Prado. El 13 de octubre de 1918 llegaba a Madrid custodiado por dos agentes de la Brigada móvil, confesando ser el único autor del robo. Su conocimiento de los turnos de vigilancia y de los momentos mejores para entrar en el museo, sirvió para ir robando hasta 50 piezas y reordenando el resto en la vitrina para disimular el robo. El relato de este confeso ladrón resultó más propio de un pequeño ratero que de un delincuente de gran altura, interesado en el valor del arte y no en el mero valor de la plata y el oro arrancado como era el caso de Coba.
Así, el hecho de ir recuperándose piezas (hasta 35) y de la llegada de noticias tan importantes como el fin de la Primera Guerra Mundial, hizo que el caso del robo del Tesoro del Delfín en el Prado se fuera olvidando. De hecho, el juicio se celebró dos años después en medio del escandalo político y social que suponía no haber depurado más responsabilidades ante un hecho tan grave contra el patrimonio histórico nacional. Encima, el principal acusado Rafael Coba se retractó de su confesión culpando a un supuesto cómplice llamado Pedro Lara. No se pudo comprobar la existencia y la identidad de ese hombre, por lo que se consideró un individuo ficticio.
Esa artimaña de Coba se hizo tan famosa que la frase lo hizo Pedro Lara se incorporó al habla popular del español para referirse a un culpable imaginario. El acusado Rafael Coba también amenazó con un torticero: si yo caigo, otros más altos caerán conmigo. Actitud que alimentó la teoría de una conspiración interna que involucraría a figuras de alto rango en el museo. También fue una sospecha no demostrada, pero el clamor popular y la presión de varios intelectuales obligó a dimitir por negligente a la cúpula directiva del Museo del Prado, los mencionados Villegas y Garnelo que habían denunciado el robo. Como nota positiva, ante el vehemente debate político-social abierto tras el robo sobre la seguridad de nuestro patrimonio histórico-cultural, las autoridades del museo emprendieron una modernización de los sistemas de vigilancia y seguridad del Museo del Prado.
Las defensas de los acusados llevaron el caso hacia un burdo robo de circunstancias, casi un hurto, realizado por un ex funcionario del museo despechado y para sacar un dinero rápido que le permitiese montar un negocio de apuestas en ferias ambulantes. Consiguieron convencer al jurado y jueces de ello, pues serían absueltos todos. Coba recibió una condena de 6 meses, pero al llevar dos años en prisión preventiva salió de la cárcel inmediatamente. El que pudo ser el "Gran Robo del Siglo XX" en el Museo del Prado, se quedó en una "castiza" anécdota olvidada de nuestra historia.
El "Tesoro del Delfín," o "Alhajas del Delfín" como figura en antiguos inventarios, es una colección de obras de orfebrería y artes suntuarias compuesta principalmente por "vasos ricos". Originalmente, perteneció a Luis de Francia, el Gran Delfín (1661-1711), hijo del rey Luis XIV. Tras el fallecimiento del Delfín, su hijo Felipe V (1683-1746), quien se convertiría en el primer rey Borbón de España, heredó una parte selecta de la colección. El inventario original de 1689 contabilizaba 698 piezas, de las cuales Felipe V recibió 169 de las más destacadas. En la actualidad se pueden visitar en la galería circular de Goya Alta en el Museo Nacional del Prado
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