Parece que ya todos, buenos y
malos, consideran que están en guerra. ¿Quiénes son los malos y quiénes son los
buenos? En el caso de Siria los observadores de la ONU han tenido pocas
facilidades para hacer su trabajo y confirmar las acusaciones del gobierno
sirio de que los actos criminales contra la población civil de ciudades como Homs
son responsabilidad de grupos terroristas, incluso de agentes extranjeros.
Las pruebas aportadas por prensa
y por la oposición oficial al régimen de Assad, parecen demostrar la autoría de
los militares fieles al presidente sirio en las principales matanzas de
civiles. Sin embargo, las acciones de algunos grupos rebeldes más radicales,
como el reciente ataque a una emisora de televisión pro Assad, han dejado
constancia de que se trata de una guerra civil, como siempre lo ha sido.
¿Por qué cuesta tanto hablar de
guerra y más si es civil? Con lo sencillo que parece matar indiscriminadamente,
así lo confirman las noticias diarias, y lo complicado que resulta llamar a las
cosas por su nombre. El sátrapa sirio, el presidente Bashar al-Assad, reconoció
ante su Consejo de Estado sólo hace unos días que estaban en una guerra, eso sí
contra terroristas y enemigos externos. Quizás esté reconociendo que el asunto
se le va de las manos y por eso no ha desestimado del todo las conversaciones internacionales
de este último sábado encaminadas a constituir un Gobierno de transición.
En un pasado no muy lejano las
guerras estaban nítidas. Tenían un planteamiento, un nudo y un desenlace. Para
más inri tenían un desencadenante,
que consistía casi siempre en un agravio diplomático de gravedad extrema. Luis
Pérez Armiño, nuestro colaborador habitual, nos cuenta los detalles de uno de
esos “motivos” para llamar a un conflicto donde mueren personas, ¡guerra!
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