Asociales fanatizados o enfermos asociales, ¿los nuevos terroristas?

Un tipo asocial... de ficción

El mes de julio en su segunda quincena ha resultado pródigo en noticias lamentables con el terrorismo o la violencia mortal como protagonistas. El tipo que fue capaz de conducir un camión de gran tonelaje contra el público que contemplaba en Niza los fuegos artificiales del 14 de julio era un asocial. Una persona fuera de la mínima conexión emocional que se exige para formar parte de una sociedad. Lo mismo que el adolescente alemán de origen iraní que asesinó a nueve jóvenes convocados a través de un perfil falso (asocial) de una red social a divertirse en un centro comercial. Igual que los refugiados afgano y sirio que atentaron a cuchilladas y hachazos en Alemania, algo que denota despego absoluto por la vida misma y de los demás (sociedad). Como los asesinos de un sacerdote en una iglesia de Normandía, provistos de un cuchillo y su odio como únicas armas para atentar contra la sociedad.


Asociales por voluntad propia, por circunstancias o por enfermedad asocial. Los que se proclaman yihadistas han acabado por compartir el trastorno asocial que demostraban los asesinos en masas en sus criminales actuaciones. Los terroristas ya no necesitan sofisticados planes y la eficaz logística de alguna superestructura terrorista. Tan sólo su odio, su sinrazón y sus complejos asociales. ¡Si Mahoma levantase la cabeza! ¿Esos son sus santos y aguerridos soldados del Islam? No, desde luego. Mahoma no reconocería en su nombre ni a estos tipejos asociales ni a los yihadistas más radicalizados y corajudos. La grandeza de Alá no se extiende matando seres humanos. Por eso, es mejor no dar protagonismo de sus actos como si fuesen grandes logros de una “guerra contra Occidente”. Ni se deberían mencionar sus nombres, pues qué nos importan unos tipos llenos de odio a los que la sociedad les importaba un comino.

Es la mejor manera de ajustar la barbarie terrorista que sufre Europa (y el resto del mundo) a su verdadera dimensión. No se trata de una “guerra santa” o de una Apocalipsis por el choque entre religiones universales. El conflicto del terrorismo entra en el terreno de los conflictos sociales, de las patologías asociales que sufren algunos individuos. La terapia, la cura, debería comenzar en la observación de nuestras propias sociedades. Todos los sujetos protagonistas de violencia mortal en este sangriento mes de julio habían recibido tratamiento por problemas mentales. Todos. La mayoría poseían tendencias suicidas y un marcado carácter asocial desde la infancia. Además de una evidente juventud, casi adolescencia en algún caso, pues el más viejo (asesino de Niza) tenía 31 años. Una juventud, evidente, en clara desorientación.

Resulta complejo y hasta chocante, desesperante, tener que incluir en los debates sobre la seguridad y la defensa de Europa, el trato al refugiado y la lucha antiterrorista, la consideración del enfermos asocial, del “enajenado”, como nuevo perfil del terrorista, del que se apunta al “carro de la gloria”, por motivación puramente egoísta y enfermiza, aprovechando la proyección internacional del Daesh. Si la seguridad ciudadana europea fuese un circo, nos estarían creciendo los enanos…


Gustavo Adolfo Ordoño ©

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