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Los Juegos Olímpicos 2016 de
Brasil iban a ser las olimpiadas con más simbología de este siglo. Las
primeras en un subcontinente que vive una crisis de identidad constante, para
algunos desde hace 500 años (los victimistas que lloran la conquista y
colonización) y para otros desde hace 200 años (los del eterno sueño
bolivariano). Los primeros Juegos Olímpicos en Suramérica era una de las frases
solemnes acuñadas, el gran reto de un continente, una región, que desea
demostrar al mundo que son capaces, que tienen tan buenas aptitudes y
capacidades como cualquier otro lugar desarrollado que haya celebrado antes los
Juegos. Sin embargo, las dudas ante esa capacidad estuvieron presentes desde
hace unos meses, cuando la crisis
económica y política del Brasil ocupaba la actualidad del Cono Sur.
Para empezar, discrepo. En
realidad veo estas olimpiadas como símbolo de lo que suponía un país, Brasil, y no como representación del
potencial del continente suramericano. Brasil es una realidad compleja aparte
dentro de un todo también complejo. Existen diferencias notables entre Brasil y
el resto de países de América del Sur.
Además de la evidente identidad cultural que otorga el idioma, portugués en
Brasil, español en el resto, la conformación socioeconómica del “Gigante” ha
seguido unas pautas más heterogéneas al contar con la principal ventaja del
mestizaje. Brasil es un país mestizo sin
complejos. Hubieran sido los Juegos de América del Sur si se hubiesen
compartido, por ejemplo, sedes olímpicas en varios países, aunque se hubiera
limitado a los de la costa del Atlántico sur.
Fueron elegidos y son los Juegos Olímpicos de Brasil porque este
país suramericano crecía al 7,5 % su PIB y se quería “premiar”, dentro de un
mundo en crisis financiera profunda, la capacidad de desarrollo y crecimiento
de la zona. Como anticipo, también se le concedió la realización del último Mundial de Fútbol (Brasil, 2014).
Las dudas y las incertidumbres sobre el éxito de la organización brasileña de
estos eventos internacionales de prestigio se dieron también durante el
Mundial. El expediente se cubrió bastante bien, aunque el fiasco deportivo de
Brasil sirvió de metáfora de lo que se avecinaba. Ahora la Olimpiada de Río 2016 son los juegos de la recesión económica y de
la aguda inestabilidad política en el “gigante del Cono Sur”. Las quejas por no tener bien acondicionada la
Villa Olímpica y ciertos recintos deportivos (deportes exteriores
acuáticos) son numerosas y palpables. Símbolo de la situación actual del
Brasil.
Los Juegos Olímpicos no tienen porqué cumplir la promesa a priori que
conllevan de prosperidad económica y desarrollo para la ciudad y el país que
los organiza. Ese será el tópico, se piensa que el país afronta las olimpiadas
como reto indiscutible a las cualidades socio-económicas que detenta o que posee
en potencia. Lula da Silva, el ex
presidente que los promovió para Río, sabía que los Juegos son la mejor publicidad mundial, todas las “grandes naciones” los han realizado alguna vez
(o más). Supongo que ni el mayor pesimista en Brasil se podía imaginar que los
juegos del popular presidente Lula iban a acabar siendo las olimpiadas de un
país con un proceso abierto de destitución a su presidenta, Dilma Rousseff; o que la
prensa y la “publicidad” internacional iba a poner el foco en las precariedades
económicas vistas en estos Juegos.
En el caso de Brasil, como en todas las ocasiones,
los Juegos llegarán a buen término y el espíritu olímpico, las ganas de competir
deportivamente, prevalecerán sobre todos los problemas o inconvenientes que
vayan surgiendo. Es decir, serán un éxito. Ahora bien, acabados, no dejarán un
legado de ilusión y de “desarrollismo”. Brasil continuará con sus problemas
económicos, sus grandes desigualdades sociales, la inseguridad en sus ciudades
y el clima inestable político... un escenario pre, durante y pos de los Juegos de Río 2016. Qué Brasil es una de
las “grandes naciones” es algo posible y hasta podemos poner en cuestión que lo
sea con críticas constructivas, pero no hacía falta organizar tan costoso
evento para ello: los Juegos Olímpicos
de Río 2016.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
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