Panorámica general del pueblo salmantino de Gallegos de Argañán. Autor y fuente imagen |
Si viaja por carretera desde Madrid a la comunidad autónoma de Andalucía, la autovía A-4 le irá mostrando señales con el nombre de pueblos que hacen referencia a su promotor o fundador. El caso de la Carolina es el más claro. Lleva ese nombre por Carolo III, que era la forma en latín de escribir Carlos III, el rey español representante por excelencia del despotismo ilustrado. Sus políticas de repoblación iniciadas a finales del siglo XVIII, constituyen una de las facetas más representativas del espíritu reformador ilustrado de su reinado. Se trataba de incentivar la economía del reino con algo tan esencial como el aumento de núcleos de población, allí donde escaseaba y no se estaban explotando los recursos económicos.
A la
Carolina, fundada en 1767, llegaron miles de centroeuropeos, sobre todo
alemanes, como colonos. El proyecto pretendía demostrar al resto de Europa que
España era un país de acogida de extranjeros por sus muchas oportunidades. Se
repartieron tierras con un arrendamiento a perpetuidad, incluso el monarca les
concedió unos fueros que evitaban tributar por las cosechas. Esta primera
llegada de colonos (germanos, austriacos, húngaros, pero también suizos y
algunos franceses) se estima en unas 6.000 personas, cifra suficiente para
haber dejado una fuerte impronta cultural. Sin embargo, no es así. Por varios
motivos.
Primero
por la mala suerte de una epidemia de paludismo, que obligó a “repoblar” la
repoblación de colonos foráneos con valencianos y catalanes. Después por la
exigencia del rey de que fueran “gentes extranjeras pero jóvenes y católicas”.
Eso se cumplió escrupulosamente porque los alemanes que llegaron eran de la
Baviera católica; es decir, los germanos “menos germanos” (no protestantes). Y
finalmente por la vigilancia estrecha que ejercieron los sacerdotes y
alguaciles españoles para “españolizar” a los colonos, alentando los
matrimonios mixtos. Aún así, quedan curiosas huellas culturales de ese pasado
centroeuropeo. Como unas danzas tirolesas camufladas en bailes regionales, los
apellidos como Schmid o una sopa de pavo, elemento gastronómico que
nunca fue propio de la provincia de Jaén. Los menos exigentes en el rigor
histórico, añaden también como dato el porcentaje mayor de rubios y rubias en
la zona.
La
Carolina fue la capital de lo que se llamó Nuevas Poblaciones (de Sierra
Morena), el proyecto estrella de la Ilustración española y del ministro Pablo
Olavide, que llegaron a tener fueros autónomos como indicamos. Sin embargo, el
proyecto se fue abandonando por los problemas más graves del país. Empezando
por la Guerra de Independencia contra Napoleón, que tuvo varios escenarios en
esas localidades, como la importante batalla de Bailén. En 1813 los fueros serían
derogados y las leyes agrícolas de nuevas poblaciones olvidadas. La zona volvería
a tener un repunte emigratorio con extranjeros en ese siglo XIX cuando se descubrieron
las minas de plomo, que atrajo a ingenieros ingleses y, de nuevo, alemanes para
la explotación de ese recurso. No obstante, su número fue mucho menor y el “esplendor”
de esas minas no duraría mucho.
Una señal que anuncia la llegada al pueblo de Llanos del Caudillo |
La toponimia
nos cuenta casos de antecedentes remotos de lo que serían “políticas de
repoblación” contra el vacío del interior hispano, que durante la llamada
reconquista estaba sobre todo en las “tierras de nadie” entre los dominios
cristianos y musulmanes. Como el pueblo de Francos (zona repoblada con
franceses) en la provincia Segovia o los pueblos de Salamanca llamados Gallegos de Argañán y San Felices de los Gallegos. Ese problema de la despoblación ha preocupado hasta a
dictadores. Muchos historiadores, entre los que me incluyo, piensan que el
dictador Francisco Franco se inspiró en el Plan Olavide de repoblación del
siglo XVIII para realizar el suyo entre los años 1940-1960.
De
esas políticas “colonizadoras” de la España vaciada que realizó el régimen
franquista quedan bastantes huellas, que nos hablan tanto de la ingenuidad del
proyecto como de los casos de éxito y de fracaso. Es de actualidad el debate
existente sobre si procede que algunos pueblos mantengan los nombres de esas
antiguas colonias. Pues la inmensa mayoría sumaban a su nombre el “del Caudillo”, algo que va contra el sentido de las leyes que prohíben simbología preconstitucional.
Llanos del Caudillo (Ciudad Real) o Águeda del Caudillo (Salamanca), son un
ejemplo. Eran (y son) pequeñas villas, a las que se les construía una iglesia,
un cuartel de la Guardia Civil, un ayuntamiento y varias calles con casas
modestas pero dignas para que vivieran los colonos agrícolas. El plan resultó
un cierto fiasco, las localidades pronto sufrieron el mismo problema de
despoblación que los pueblos centenarios; cuando sus gentes emigraron a las ciudades
en gran número a partir de 1960 buscando mejor trabajo.
Gustavo
Adolfo Ordoño ©
Historiador
y periodista
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