Portada de uno de los libros ya clásicos de las corrientes revisionistas con rigor académico sobre la llamada conquista española de América [Restall, 2004]. Foto propia (biblioteca personal) |
Houston, tenemos un problema. Esta frase hecha forma parte ya de la cultura popular, sobre todo si conoce la historia contemporánea de la exploración espacial entenderá su sentido. Houston, Texas, es una ciudad que estuvo en territorio dominado por el virreinato de Nueva España, luego México. Por cierto, extensas tierras que perdieron los mexicanos tras su independencia y donde los aztecas (mexicas) nunca estuvieron. Los pueblos originarios de esas tierras fueron ninguneados por los mexicanos y los colonos estadounidenses.
A los españoles solamente les dio tiempo a explorar vadeando los ríos más importantes, alcanzar acuerdos comerciales con esos indios (texanos) y fundar ya en pleno siglo XVIII alguna misión y fuerte, siendo la actual ciudad de San Antonio el legado español más claro de esas fundaciones. Nada de ello forma parte de la para muchos «bárbara conquista española» de México. Hasta aquí cualquier lector podrá reconocer el rigor de mis datos históricos y no debería ver problema alguno en mis palabras. Sin embargo, insisto: Houston, tenemos un problema.
Tenemos un problema porque llevamos más de un lustro soportando revisionismos históricos fundamentados en el populismo indigenista y en el nacionalismo reaccionario. Ese «nosotros», primera persona del plural que estoy empleando en el texto, se refiere a la comunidad hispanohablante que comparte una historia común. Ese revisionismo ha llevado muchas veces a niveles de hispanofobia que nunca se habían detectado tan explícitos en varios países de América Latina.
Por desgracia para España, al tener tantos lazos culturales y familiares con él, México lidera esa actitud rencorosa. Abanderada por la petición del ex presidente López Obrador, refrendada por su sucesora presidenta Sheinbaum, para que el rey Felipe VI solicitara perdón por los excesos de la conquista. Petición en una carta diplomática desacertada (enviar al rey que es un Jefe de Estado sin atribuciones ejecutivas) del emisor y no atendida por el receptor.
Capilla de la misión española de San Antonio de Valero llamada también después Fuerte El Álamo, famosa por el sitio mexicano a El Álamo de 1836. Créditos imagen: De Gerrit Vollmer, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=53865097
Cada 12 de octubre en Pax Augusta escribo un artículo sobre el «estado de la cuestión» del Día de la Hispanidad que, no olvidemos, también es la fiesta nacional de España. Ojo, vuelvan a leer: la Fiesta Nacional de nuestro país. Palabras mayores. Houston, vamos viendo una parte del problema. Nosotros de acá, los Latino-europeos (españoles) celebramos nuestra «identidad nacional» conmemorando el hito histórico ocurrido el 12 de octubre de 1492. Cristóbal Colón, al servicio de una naciente monarquía hispánica, da con unas tierras en su viaje ideado de circunnavegar el globo para llegar antes a la India. Encuentra unas «supuestas» Indias, que ahora todos llamamos América.
Y tenemos que celebrar la fiesta nacional un 12 de octubre porque así se acordó en democracia. También se celebra el Día de la Hispanidad, algo que se decidió mucho antes y que se celebraba sin problemas conjuntamente con América Latina. Sin embargo, tenemos un problema. Un papanatismo indigenista ha recorrido América Latina potenciado por las corrientes antiimperialistas y anticolonialistas que nacieron en el siglo XX contra el «imperialismo capitalista» de Estados Unidos. Acabada la Guerra Fría histórica (1991), la de ese siglo, comenzaron otras «guerras frías» entre civilizaciones [Huntington, 1996] que ha llevado a desenterrar viejas batallas de civilizaciones.
En el entorno del mundo hablado en español nos ha tocado «pervertir» al gusto del consumidor de acá y allá la gran guerra del conquistador sanguinario europeo contra el indígena puro o la santa guerra del civilizador blanco contra los salvajes «racializados». Ya digo, según la perspectiva sea de allá o de acá tendremos un «relato» que ha llegado a preocupantes extremos populistas, que entre los historiadores conocemos como el «populismo historiográfico». Lo que recuerdo me hace repetir lo dicho: tenemos un problema. ¿Abrimos un nuevo debate sobre la conveniencia de celebrar la identidad nacional española un día como el 12 de octubre?
La verdad, a mí me da mucha pereza. Sería mejor seguir divulgando historia con rigor y sentido común, hacer pedagogía y enseñar más humanidades entre el público en general y entre los jóvenes en especial. Porque usar la Historia como herramienta política y balanza moral reducida al simplismo de «buenos y malos» es lo que pretende esta tendencia al populismo historiográfico. Una perspectiva de los procesos históricos desde el presentismo, agudizada por las redes sociales. Medios actuales de divulgación donde abunda el reducionismo (blanco o negro, sin matices) de complejas realidades históricas, aprovechado por la demagogia de muchos políticos de distingo signo ideológico.
¿Hasta cuándo habría que retrotraerse para pedir perdón? ¿Debemos los españoles exigir a Francia que se disculpe por las barbaridades de las tropas napoleónicas?
Xosé Manoel Núñez Seixas — Catedrático de Historia Contemporánea
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