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Ilustración del siglo XIII del elefante regalado por el rey francés Luis IX, al monarca inglés Enrique III. Realizada por el cronista de la Abadía de Saint Alban
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En este artículo no pretendo entablar un debate moral sobre la pertinencia o no de utilizar a los animales como regalo. Que un mandatario de la
Antigüedad regalase a otro un animal exótico, en su contexto histórico no suponía ningún reparo. Tampoco lo habría en época Moderna, lo que conocemos como
Renacimiento, a partir del
siglo XV cuando se convirtió en costumbre en las relaciones diplomáticas. Y, en realidad, si nos desvestimos de ropajes hipócritas, en nuestros tiempos tampoco supone el regalo de animales un cuestionamiento moral.
La República Popular China regaló a los reyes de España durante su visita al país asiático en 1978 una pareja de osos panda, que pocos meses después fueron acondicionados para vivir en el zoológico de Madrid. Nunca estuvieron en entredicho los regalos de perros, gatos y pájaros entre particulares, antes incluso de llegar a la plena sociedad de consumo que convirtió su compra-venta en el negocio de mascotas.
No obstante, estará esperando la mención sobre lo
«políticamente correcto», dentro del marco de nuevas conciencias sociales del ecologismo y su radical
«movimiento animalista». Frente a esas ideas que propugnan la igualdad y la plena libertad de los animales al mismo nivel que los seres humanos, el cuestionamiento moral de su uso como objetos de regalo está más que confirmado. Como también estaría su exhibición en zoológicos y, por supuesto, su consumo como alimento humano. Lo que ocurre es que son ideas cerradas, no dejan lugar al debate y buscan más la eliminación de lo que consideran viejas tradiciones y costumbres.
El origen de una de las atracciones de ocio contemporáneas, los Zoo, se puede rastrear en los jardines con «Casas de Fieras» montados en muchos palacios con los animales que habían sido regalos de dignatarios extranjeros. Práctica habitual y que no generaba ningún prejuicio.
Elefantes legendarios, rinocerontes convertidos en unicornios y papagayos para colorear jardines de palacios
Uno de los animales más regalados entre los poderosos era el
elefante. En verdad, eran seres conocidos desde la Antigüedad. Aníbal estaría con ellos a las puertas de Roma. Pero en la Edad Media, curioso, volvieron a ser animales “raros” o lo suficientemente exóticos para que tener uno representase poder y grandeza. El regalo de un elefante de un rey a otro está documentado en una ilustración del
siglo XIII. Se trata del paquidermo que regaló el monarca francés Luis IX (1226-1270), más tarde conocido como
Luis IX El Santo, al rey de Inglaterra
Enrique III; hecho recogido e ilustrado por el
cronista Matthew Paris. Destaca el intento esmerado, aunque ingenuo, de representar las rodillas del animal, una de las partes del cuerpo de los elefantes que más llamaban la atención.
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El rinoceronte sensación de Europa en 1515, representado por Durero
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Con los
rinocerontes, también traídos mucho antes a las arenas de los circos romanos, ocurrió algo parecido que con los elefantes en la
Edad Media. Hacía mil años que los europeos no habían tenido oportunidad de ver a un rinoceronte y su existencia volvía estar relacionada con las criaturas mitológicas del bestiario medieval, como por ejemplo la representación del
mítico «unicornio-rinoceronte». En
1515 desembarcaba en el puerto de Lisboa un rinoceronte vivo procedente de la India. Era el regalo que hizo el
sultán Muzafar II al gobernador de las Indias portuguesas, que pensó enseguida en hacerlo un presente para su rey
Manuel I de Portugal.
Este rinoceronte pasaría a la posteridad por ser el dibujado por el artista del Renacimiento, Alberto Durero. Lo más curioso de esa representación es que Durero nunca vio al animal, aunque la expectación era tanta que todos los viajeros que pasaban por la Corte lisboeta querían ver a esa «imponente bestia» y el artista lo plasmó con esos testimonios de terceros. Hasta bien entrado el siglo XVIII, otra curiosidad, ese grabado de Durero se consideró una de las mejores y más fieles representaciones de un rinoceronte.
Otro animal, otra vez un
elefante, volvería a ser el entretenimiento de cortesanos portugueses y luego
castellanos. Es una historia singular que recoge el escritor ibérico José Saramago en su libro El viaje del
Elefante (2008). Hacia 1551, un elefante asiático de la “colección exótica”
del rey portugués Juan III, aclimatado gracias a su cuidador de la India a los
jardines de Belem durante casi 8 años, es elegido como regalo para el
Archiduque de Austria, Maximiliano, que en ese momento era regente de Castilla con
su mujer, la hermana de Felipe II, María de Austria. Desde Lisboa viajaría a
Valladolid, donde estaban los archiduques, y de allí a Viena en 1552. El viaje es toda
una aventura “interior” del elefante y su cuidador, pues esa estrecha relación
le sirve a Saramago para hacer cuestionamientos sobre la condición humana y su
relación con otros seres.
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Antiguo foso de los monos, que se conserva en la que fue "Casa de Fieras" del Retiro de Madrid
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A las Cortes de los dos grandes
reinos ibéricos fueron llegando, por liderar los viajes de europeos de exploración y colonización desde el siglo XV, animales exóticos, singulares para las gentes
de Europa. A los reyes hispánicos les gustó para los jardines de sus palacios
el colorido de las aves tropicales del Caribe y del continente americano.
Papagayos, guacamayos y otras aves de la familia de los loros, se recogieron en
época de Felipe IV en una casona con jardines en el Buen Retiro que las malas
lenguas llamaron “El Gallinero”. Otros animales exóticos, como pumas del Perú,
completarían las «Casas de Fieras» que entretenían a reyes y cortesanos; hasta
la llegada de la Ilustración en el siglo XVIII que les dio un carácter científico
con los primeros estudios de zoología y las revoluciones burguesas del XIX que “popularizaron”
ese recreo de curiosear a los animales, dejando de ser un “capricho” reservado
a los poderosos. Era el origen de los actuales zoológicos.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista
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