La eugenesia, una teoría seudocientífica más allá de los nazis y base para la supremacía racial

El doctor Mengele en mitad de uno de sus experimentos

La brutalidad policial (asesina) en Estados Unidos tuvo otra «gota que colmó el vaso» el pasado 25 de mayo de 2020 con la muerte de George Floyd. Un hombre negro que fue detenido al pagar con un supuesto billete falso de 20 $ y reducido con violencia por cinco policías de Miniápolis. Un uso desproporcionado de la fuerza policial que le causaría la muerte por asfixia, despertando al antirracismo activista de movimientos como Black Lives Matter y de otras fuerzas antirracistas, aunque también «antisistema» más radicalizadas. Algunas manifestaciones han acabado violentando, incluso derribando, estatuas relacionadas con las épocas coloniales y esclavistas, sin una rigurosa reflexión sobre la idoneidad de esos actos, viscerales y vandálicos cuando menos. Un debate más certero hubiese sido el que proponemos en Pax augusta sobre una de las bases ideológicas del racismo: la eugenesia.

   Las políticas de depuración racial del régimen nazi desde su llegada al poder en 1933, se asociaron al uso extremo de la eugenesia; que era una teoría científica sobre la mejora de la genética humana relacionada con la «selección natural» en la evolución de las especies de Charles Darwin (1809-1882). Ese origen sería el que le otorgó nivel de ciencia, aunque acabada la Segunda Guerra Mundial se revisó esa consideración tras descubrir los horrendos experimentos genéticos con seres humanos de doctores tan siniestros como el nazi Josef Mengele. Al comprobar y precisar que el Tercer Reich lo que hizo fue un genocidio, el exterminio del holocausto, no se pudo seguir justificando como ciencia. Además, no existía fiabilidad científica en que ciertos patrones genéticos «superiores» (mejores) asegurasen su herencia y otros no lo hiciesen. 

Sin embargo, y contrariamente a lo que se cree, la eugenesia tuvo un origen en el mundo anglosajón desde finales del siglo XIX como «ciencia de la salud». Se le otorgaba un enfoque positivo como manera de “higiene”, que evitase las enfermedades genéticas perjudiciales para la salud de la población general, algo que atrajo tanto a fuerzas progresistas como a las conservadoras. Intelectuales progresistas, socialistas utópicos británicos y luego socialdemócratas escandinavos, vieron en las teorías de la eugenesia una manera de controlar la salud pública tanto “mental como física” con fines beneficiosos para el conjunto de la sociedad. Comer sano y hacer deporte, para mejorar las condiciones genéticas de la raza, eran algunas de las conclusiones de esta teoría eugenésica y que ahora se mantiene en nuestras sociedades en forma de consejos cívicos de salud pública. 

La definición de eugenesia es clara: «Aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana». Como toda utopía encierra un anhelo de beneficio común, el positivo «bien común» que debe buscar todo progreso. Se teorizaba, en principio, sobre la ‘especie humana’ sin discriminaciones o matices raciales. Sin embargo, resultó y resulta ingenuo creer que esa hipótesis científica no fuese utilizada de manera negativa para privilegiar a los rasgos de una comunidad que se crean superiores respecto a otros. Las políticas conservadoras emplearían pronto estas teorías eugenésicas como forma de evitar las «emigraciones indeseables», justificando con ellas sus restrictivas leyes migratorias que cundieron en todos los países del mundo en los inicios del siglo XX. Ciertas comunidades (negros, judíos, gitanos, asiáticos...) no eran bienvenidas como emigrantes que se «mezclasen» con la población autóctona. 

George Floyd representado en un mural callejero en Berlín (Alemania). Créditos imagen

Se considera al británico Francis Galton (1822-1911) como el padre de las primeras teorías “modernas” de la eugenesia. Si el lector me permite la ironía, con esta teoría de la perfección genética de la especie humana se dio también una determinada «selección natural» al ser el doctor Galton primo hermano de Charles Darwin y el cuarto hijo de éste, Leonard Darwin, sería el presidente de la Sociedad Eugenésica Británica, desde 1911 a 1928. Estas teorías de la eugenesia se exportarían a los Estados Unidos en esos primeros años del siglo XX, donde muchos de sus estados crearon leyes e institutos de genética con fines “sanitarios” que pronto generaron marginación racial y social. Los antepasados de George Floyd sufrieron la esclavitud que era un cruel recurso económico y que llegaría a justificarse por los partidarios de mantenerla con las primigenias teorías de la eugenesia del siglo XIX. La raza negra dentro de la especie humana tendría rasgos inferiores y podía ser usada para los «trabajos forzados».

A pesar de toda la inmoralidad e injusticia que la eugenesia podía fomentar, se siguió utilizando camuflada como política de bienestar sanitario incluso acabada la Segunda Guerra Mundial y conociendo el «exterminio genético» de los campos de concentración nazis. El caso más sonado ha sido en los países escandinavos, ejemplo de comunidades más civilizadas, que usaron políticas de salud pública teñidas de carácter eugenésico hasta finales de la década de 1980. Trataban de evitar nacimientos con problemas genéticos que desembocaran en enfermedades físicas o mentales. 

La ceguera escandinava ante esta seudociencia solamente fue denunciada por el socialdemócrata Olof Palme, primer ministro sueco, asesinado en 1986. Los defensores o los que se empeñan en ver solo el «lado bueno de la eugenesia», han llegado a relacionar aspectos positivos de esta  teoría con la filosofía (antropología) social o con las nuevas ciencias de la genética una vez “dominado” el estudio del ADN humano. Se empeñen más o menos en ello, la eugenesia nunca podrá justificar un genocidio ni la segregación racial.


Gustavo Adolfo Ordoño ©

 Historiador y periodista 

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