Las Guerras del opio de ayer son las «Guerras de las IT» de hoy

Las 'Guerras del Opio' hicieron a China firmar los llamados "Tratados Desiguales" frente a las potencias occidentales. Ilustración de la época (1859) que caricaturiza cómo las potencias extranjeras se reparten el pastel chino ante la mirada furibunda del emperador de la China. En uno de esos tratados, Gran Bretaña consiguió la cesión de Hong Kong

Esta es una vieja historia, de imperios en lucha y de intereses comerciales monopolizados por las grandes compañías. Una argumentación clásica, uno de esos temas recurrentes de la literatura o de los guiones cinematográficos. Todo autor sabe que cuenta con cuatro o cinco temas universales con los que arrancar su obra. El poder y su control es uno de ellos y como dijo aquel autor del siglo XVII, intelectual del sistema de la época (el Imperio español), «poderoso caballero es don Dinero». Es decir, el poder se obtiene también- y sobre todo- con la riqueza. No hay que ser Quevedo para intuirlo, pero sí que debemos tener su agudeza para advertir que las luchas actuales por el poder económico son parecidas a las ‘guerras del opio’ de anteayer.


 La Ciudad Prohibida no llevaba ese nombre porque sí. Era el complejo palaciego dentro de la ciudad imperial, con el acceso prohibido a casi todo el mundo. Sólo el emperador, su familia y sus pocos cortesanos con el contingente de funcionarios vivían en ella. El hermetismo era total, ni las delegaciones provinciales chinas lograban audiencias con el emperador que debían conformarse con la posible atención del chambelán. Las embajadas extranjeras apenas lograban entrar en la amurallada ciudad imperial, mucho menos al palacio del emperador. El embajador británico, lord Macartney, que estuvo intentando negociar desde 1790, perdió la paciencia en los inicios del siglo XIX. No lograba una audiencia satisfactoria que propusiera un acuerdo comercial con el que China se abriese a las potencias europeas.

Las vías diplomáticas se agotaron por el hermetismo chino, aunque también por la desmesurada codicia de las potencias occidentales en dominar el mercado del opio. Esta droga equivaldría, por volumen de negocio, al mercado de las nuevas tecnologías de la información (IT). El opio se usaba para medicamentos desde hacía siglos, pero a partir del siglo XIX se convirtió en un producto de ocio que llegó a ser un problema grave de drogadicción en países con poblaciones empobrecidas como China. No en vano llegó a ser metáfora de la alineación de las masas populares en otra frase de un intelectual del «Sistema» de esa época (en 1840, el Imperio británico): “la religión es el opio del pueblo” (Karl Marx).

No es que China no comerciase con el resto del mundo. La hipocresía de la dinastía manchú de los Quing era notoria cuando accedía a que un clan de mercaderes afines, los hong, comerciasen libremente en el puerto de Cantón con los europeos. En realidad, por esas fechas casi en exclusiva con los británicos y su Compañía de las Indias Orientales. Los chinos exportaban en grandes cantidades productos muy apreciados en Occidente, como la seda, la porcelana, el té y el algodón. Al no importar casi nada, ante la negativa del gobierno imperial de relacionarse con los “bárbaros” (así llamaba el gobierno de Pekín a los europeos), la balanza comercial era más que favorable a China. Los británicos querían acabar con esto, introduciendo en masa el opio que producían en la India. Frente a los aranceles y el bloqueo de China, surgió el gran contrabando de opio.

Grabado de la época que ilustra la segunda 'Guerra del Opio' (1856-1860) 


 Un gobernador de la provincia de Hubei (de lamentable actualidad durante la pandemia del Covid-19), Lin Zexu, sería el encargado imperial de acabar con el tráfico de opio en la China de 1839. Casi cuarenta años sin un control del contrabando británico de opio, acabaron cuando el gobernador Zexu ordenó la destrucción de varios almacenes de opio valorados en cinco millones de libras. Ese golpe de efecto en el puerto de Cantón pronto llegó a oídos de Londres. Fue la excusa perfecta para enviar una expedición militar, algo que ya se contemplaba en los últimos años de mucha tensión entre los imperios chino y británico. Más de quince buques militares y una veintena de paquebotes con 5.000 soldados británicos llegaron a China en 1840. Tras un despliegue en los puertos principales chinos, comenzó el control británico de la zona. El ejército medieval del emperador poco pudo hacer frente a los británicos, forzando a firmar en 1842 el Tratado de Nankin.

Este tratado suponía la derrota del sistema de vida impuesto por el gobierno imperial chino. Ahora el Gigante -en esa época, de pies de barro- asiático debía abrirse a los extranjeros y permitir que su población fuese mercado y mano de obra para Occidente. Fue la época de la gran emigración asiática al continente americano y Australia, donde trabajarían en los ferrocarriles casi como «mano de obra esclava». Ni que decir tiene que la tradición imperial china se resistió a morir y por eso, pocos años después, estalló la ‘Segunda Guerra del Opio’ (1856-1860), donde la presencia de alianzas militares entre británicos y franceses, con ayuda puntual de portugueses, rusos y estadounidenses, nos indicaba la determinación occidental de dominar y controlar de una vez a la economía de la región.


  

Gustavo Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista 

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