La historia del parto, desde la prehistoria hasta la actual asistencia tecnificada

 

Asistencia a partos en «culturas primitivas», lámina de un laboratorio médico del siglo XIX.
Fuente de la imagen: Real Academia Nacional de Medicina de España

 

 Obvio, la historia del parto es tan antigua como lo es la historia de la humanidad. Sin embargo, y aunque les parezca mentira, en los orígenes de nuestra especie el parto no se relacionaba con la reproducción y viceversa. En el mismo origen de la idea que hay detrás de la palabra «parto» encontramos esa paradoja. Parto viene de «partirse en dos»; es decir, la madre se partía desde su tronco principal dando como resultado dos seres: el recién nacido y la madre que «volvía» a su ser natural tras el parto. Era habitual otorgar a este proceso en el paleolítico un carácter mágico, sobrenatural, que nada tenía que ver con ser consecuencia del acto reproductor. El milagro de la vida. 

Además, parece aceptado por la mayoría de los investigadores que la mujer prehistórica se alejaba del grupo para ir a parir sola. En cuclillas y en un lugar apartado paría en solitario. Luego entregaba ese nuevo miembro al conjunto del clan, aunque sin desatenderse de él y siendo la principal cuidadora. Esta discreción en los partos, que dejaba todo en manos de la mujer, favoreció que su cometido de traer vida fuese asociado en las primitivas manifestaciones espirituales con las divinidades naturales. Esos partos de la prehistoria, con esa idea atávica sobre ellos, resultaban un reto vital. La mujer, como cualquier mamífero, soportaba el dolor intenso en el mayor silencio posible para evitar que los depredadores alertados por los gritos la devorasen a ella y a sus crías

 Cuando las relaciones sociales se hicieron más complejas en las civilizaciones de la Antigüedad, el parto se entendió como un acto que debía ser auxiliado. La solidaridad de la comunidad incluía a este fundamental proceso como uno de los que se debía atender, estableciendo cuidados a la parturienta y su recién nacido. Surgen las primeras comadronas, incluso médicos varones que se especializan en asistir a las damas de la elite social. Aún así, la alta mortalidad en los partos de esa época se percibe como algo «natural». Ahora ya se asocia reproducción con el cometido de parir, sabiendo que si determinados factores de la primera son adecuados, como la predisposición fértil de la mujer o el esperado vigor del hombre, se favorecerá un buen parto. 

Existe un antiguo tratado del «Arte de Partear» que data del 1.550 a.C. en Egipto, el Papiro de Ebers. Resulta tan interesante como avanzado para la época, con información ginecológica sobre prolapsos o el qué hacer ante la irritación genital. Tiene incluso técnicas de cómo provocar un aborto. En la Grecia y la Roma antiguas van más allá y desde el siglo V a.C. aparecen indicaciones que regulaban los partos de manera oficial, obligando a hacer la cesárea post morten siempre, para salvar al hijo de esas mujeres muertas en el parto. Sorano de Éfeso (98–138 d. C.), está considerado el padre de la ginecología y obstetricia. Su obra titulada Sobre las enfermedades de las mujeres, contiene un tratado sobre el parto. Un escrito que fue utilizado como la mejor guía por todos los galenos durante más de catorce siglos, hasta incluso gran parte del Renacimiento


En 1853 la reina Victoria exigió en su octavo parto, el del príncipe Leopoldo, que los médicos le diesen algo de cloroformo para aliviar los dolores. En la fotografía con su hijo, el futuro Eduardo VII, su nieto el que sería Jorge V y el bebé, su biznieto y futuro Eduardo VIII


 La Edad Media supuso una vuelta a la superstición y a los «recursos mágicos» de las curanderas. Muchas veces acababan acusadas de brujas si los partos se convertían en abortos provocados. Los médicos, en general, no examinaban nunca a las mujeres y menos las palpaban pues se consideraba indecoroso. Los prejuicios religiosos imperaban en la época. Es a partir del siglo XVI que el viejo «Arte de Partear» se convierte en toda una disciplina médica, la obstetricia. Seguirá teniendo cierto aire de «arte» la asistencia en el parto pero desde los siglos de la Ilustración, sobre todo desde finales del XVIII, se atendió al poder de la razón. Entre otras cosas ya se veía «razonable» que los médicos hombres atendiesen a las parturientas directamente. Se aplicaría la racionalidad en esos tratados que ahora suponían verdaderos trabajos obstétricos científicos

Alcanzando la era contemporánea, vemos que tanto las técnicas modernas de partear como los métodos de reproducción asistida se han tecnificado tanto que a veces parecen «ajenos a su naturaleza». Los avances médicos desde el siglo XX han logrado reducir a mínimos la mortalidad de la madre y del bebé en el parto. La paradoja actual está en que las revoluciones científicas y tecnológicas de esta época han conseguido mejorar la asistencia en los partos, pero el modo de vida de estas sociedades avanzadas ha perjudicado la capacidad reproductiva de nuestra especie. Las «técnicas» de gestación o métodos de reproducción asistida son cada vez más diversos. Los más conocidos son: inseminación artificial, la fecundación in vitro, la ovodonación, la vitrificación de óvulos y la gestación subrogada



 Si en el siglo XX la anestesia fue un gran hito para mitigar el dolor en la embarazada, consolidado con el logro del doctor Cathelin en 1903 de la anestesia epidural, en el siglo XXI se están dando tantos avances en la asistencia al parto y en los métodos de gestación que ese proceso natural –primitivo- realizado antaño en exclusiva y en silencio por la mujer es en la actualidad, quizás, el acto individual (único de la mujer) con mayor «colaboración asistencial» de nuestra especie. Además, la mujer durante el parto puede ahora gritar todo lo que le de la gana.



©  Gustavo Adolfo Ordoño 

    Historiador y Periodista

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