De los ritos de fertilidad antiguos a las prácticas actuales contra la infertilidad

 

Las llamadas «quintillizas Dionne» nacieron en 1934, su vida se convirtió en un "zoo humano" sobre la fertilidad. El gobernador de Ontario, Mitchell Hepburn, aparece en la foto en ademán sobreprotector

  La importancia de la fertilidad en la Antigüedad abarcaba para las personas mucho más que la cualidad de ser fértil. Estaba en conexión con la religiosidad o la magia porque se percibía como fundamental para la supervivencia de la propia especie. La infertilidad se convirtió en un tabú, en una especie de maldición que debía ser combatida con rituales, sacrificios y todo tipo de plegarias. La asociación entre tierra fértil y vientre fértil de la mujer pronto se dio en diversas civilizaciones repartidas por todo el planeta. Sin frutos de la «madre naturaleza» tampoco se podía sobrevivir, la idea de supervivencia seguía estrechamente relacionada con la capacidad de ser fértil tanto el ser humano como las tierras que cultivaba. Esa cualidad de ser fértil -fertilidad- se vincularía desde la prehistoria casi en exclusiva al «don reproductivo» de la mujer. Son famosas las llamadas Venus del Paleolítico, esculturas de cuerpos de mujer donde se explicitan de manera exagerada todas las partes consideradas «sagradas» para conseguir la ansiada fertilidad: caderas anchas, pechos grandes y vientre redondo de abultadas proporciones

Esa idea de «sacralidad», de algo de suma reverencia e importancia, de la fertilidad se fue trasmitiendo de época en época, constituyendo uno de los elementos simbólicos y conceptuales con más prejuicios y perspectivas universales hasta nuestros días. Así la presión sobre la mujer por ser fértil y conseguir ser madre de muchos hijos ha sido un «estigma» hasta hace bien poco. La angustia y ansiedad que podía provocar la infertilidad hizo sobredimensionar los casos de partos múltiples. Hasta bien entrado el siglo XX, el nacimiento de quintillizos y cuatrillizos era tratado en los medios como una noticia de primera plana entre lo asombroso y "milagroso". Ocurrió en el caso de las quintillizas Dionne de Ontario, Canadá, entre los años 1934 y 1943, que llegaron a ser una atracción turística más atrayente que las cataratas del Niágara. 


Nacidas todavía en el marco de la Gran Depresión, sus padres aunque granjeros con cierto acomodo tenían ya otros cinco hijos. Agobiados por tener que mantener de golpe a diez bocas, acabarían «ofreciendo» a sus hijas para ser exhibidas por dinero en la Chicago World’s Fair (Exposición Universal celebrada en Chicago en 1934) como una especie de «bendición natalicia» que venía a alegrar a los apenados canadienses en esos tiempos de profunda crisis económica. Los padres habían pedido ayuda para el parto al doctor Allan Roy Dafoe, un personaje que acabaría condicionando la vida de la familia Dionne

El parto tan delicado requería a un especialista en obstetricia, pues las niñas fueron sietemesinas. La aparente actitud altruista del doctor Dafoe, supuestamente interesado en los aspectos científicos del parto, encerraba una intención interesada en explotar el fenómeno de las quintillizas. Ayudado por el gobernador Hepburn, arrebataron la custodia de las pequeñas a los padres que pasó a ser de la provincia de Ontario. Les acusaban, irónicamente, de estar lucrándose con la exhibición amoral de las quintillizas en periódicos y en la Exposición de Chicago. 

Con la excusa de proteger a los "bebés milagro", se construyó una especie de parque temático, un «centro de interpretación» de la natalidad y fertilidad bajo la dirección del Dr. Allan Roy Dafoe. Allí el público tras pagar una pequeña cantidad por la entrada, las podía observar jugando en los jardines y a través de una cristalera dentro de las instalaciones donde se criaron sus casi diez primeros años de vida. El lugar tenía restauración para que los visitantes comieran y bebiesen, además de venta de objetos de regalo relacionados con las quintillizas. Todo un negocio millonario cuyos fondos deberían ser engrosados para su educación y cuidados, pero que acabaron malversados entre el equipo médico y la administración de Ontario. 

Los padres conseguirían litigar contra las autoridades y en 1943 la tutela de las niñas les fue devuelta. Aunque como compensación las autoridades les construyeron una gran casa, con más de doce habitaciones, el daño psicológico a las niñas ya estaba hecho. No se habían criado en un ambiente de hogar familiar y cuando pudieron, los progenitores siguieron con la misma dinámica de explotación del fenómeno de las quintillizas al ofrecerlas para cualquier anunciante publicitario. Se hicieron niñas y adolescentes famosas, saliendo en innumerables spots publicitarios de la época. Hasta la llegada de la juventud, donde fallecieron dos de las hermanas y las tres supervivientes pasaron al olvido. En 1998, más de medio siglo después, conseguirían una reparación económica del Estado canadiense que reconocía la negligencia en el uso de los fondos recaudados en Quintland, nombre con el que se conoció a aquel «parque temático» en el que pasaron su infancia. 

Una de las postales de las quintillizas que se vendían en Quintland

La ciencia ha sustituido a los dioses en la lucha contra la infertilidad

De alguna manera podemos decir que la fertilidad sigue siendo un "negocio". Aunque más bien en los últimos años será la infertilidad. Desde la segunda mitad del siglo XX y la consolidación de los Estados del bienestar, el aumento de la población fue exponencial tras dos guerras mundiales con terribles índices de mortalidad. En general, durante la posguerra y las décadas siguientes de 1960-1970, las personas ocupaban sus mayores esfuerzos personales en «formar una familia». Las mejoras médicas permitieron reducir a mínimos la mortalidad infantil, los boom de natalidad hicieron de los problemas de fertilidad que pudieran tener alguna pareja una cuestión marginal. Sin embargo, al final del siglo pasado con los cambios profundos en los mercados laborales, surgieron nuevas patologías provenientes de nutrición deficiente y del estrés laboral. Ahora el supuesto papel protagonista de la mujer en la infertilidad será también compartido con el hombre

Una de las facetas que se obviaba era la posible culpabilidad masculina en la infertilidad de una pareja. Las convenciones sociales eran patriarcales y machistas, prejuzgando la responsabilidad por costumbre a la mujer. En cambio, la mala calidad seminal era muchas veces la causa de la no gestación. Las técnicas médicas reproductivas actuales han procurado enfocarse más en la consecución del principal objetivo: gestar un embrión que nazca; sin obsesionarse en buscar "culpables" que afecten de manera negativa el ánimo de los futuros padres. Desde aquella primera reproducción asistida conseguida por el ginecólogo Patrick Steptoe y el fisiólogo Robert Edwards el 25 de julio de 1978, se ha avanzado tanto en la ciencia como en las convenciones de la sociedad que la cuestión estaría más que normalizada en clínicas de fertilidad y en los sistema de salud pública de los países desarrollados. 

Cuestión que de todas formas ha ampliado perspectivas. La infertilidad es tratada como problema médico pero también como cuestión social. Colectivos como el llamado LGTB ha entrado en este anhelo por la paternidad tan natural en la gran mayoría de las personas. En el caso de las parejas homosexuales se ha valorado en lugar de la adopción el uso de la «gestación subrogada». Una práctica que ha incrementado su interés en todas las parejas que, por el motivo que sea, no pueden gestar a su hijo. Es el conocido vientre de alquiler que en España no tiene una total cobertura legal. En otros países como en el mencionado Canadá de las quintillizas Dionne, la gestación subrogada forma parte del sistema sanitario y es protegida por las autoridades. Quizá una manera de aplacar el remordimiento de conciencia sobre la suerte que tuvieron los bebés de esa familia canadiense de hace casi un siglo. 


Gustavo Adolfo Ordoño © 

Historiador y Periodista

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