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Curiosa pareja de oficiales germanos durante la Primera Guerra Mundial, ataviados con el equipo de gran «escucha y vista». Créditos de la imagen: Akustische Luftaufklärung der deutschen Feldartillerie 1917 --- |
Otra función resultaba más ofensiva que defensiva. Estas unidades de localización de sonidos rastreaban también conversaciones y movimientos en las trincheras del enemigo. Muchas veces eran solamente centenares de metros los que separaban unas líneas atrincheradas de otras en el frente y con estos aparatosos sistemas se intentaba captar cualquier sonido indicio de un posible ataque enemigo. Con ese estrambótico equipamiento, al llevar incorporados unos prismáticos, se podía localizar una unidad, identificar su tipo y dar las coordenadas para que la artillería la bombardease.
Anticiparse a la acción del enemigo es un viejo propósito en la historia de las guerras. Mandar exploradores de avanzadilla, colocar atalayas en lugares escondidos, ingeniar aparatos que acerquen la imagen y el sonido del rival o del objetivo a localizar y destruir. En ese periodo de transición entre la revolución industrial y la revolución tecnológica que fue la Gran Guerra, se idearon una serie de artilugios que convirtieron en radares humanos a estos soldados con la misión de ser todo ojos y oídos.
Ciencia y saber, astucia y experiencia. Desde tiempos remotos quien conocía las artes y las ciencias de su época, dominaba su entorno. Captar un sonido con un embudo o una caracola que ampliaba los pasos, podían servir para calcular la distancia donde estaba el enemigo. Saber de esta forma si tenías más tiempo o menos para huir o preparar tu defensa. Igual ocurría con estos soldados radares del siglo XX, que anotan el minuto exacto del ruido captado y con cálculos matemáticos relacionados con la velocidad del sonido (en este caso en el aire) lograr aproximar la hora en la que llegaría la amenaza enemiga.
Por tanto, sabiendo desde la Antigüedad que el sonido emplea un tiempo para viajar desde el emisor de ese «ruido» hasta el receptor, se idearon técnicas y artilugios que ayudasen a advertir sobre enemigos o amenazas. El matemático Marin Mersenne calculó por primera vez en 1640 la velocidad del sonido en el aire, lo haría cronometrando los ecos producidos en un lugar y en una distancia conocida. Ya a inicios del siglo XVIII fue un inglés, William Derham, quien se aproximó más a las mediciones modernas al comparar el fogonazo y el ruido de los cañones a unas medias de 20 Km. de distancia.
Sonido es también onda y la velocidad de las ondas de sonido depende de las propiedades del medio: la densidad, la temperatura y la elasticidad. Las ondas de sonido suelen ir más rápido a través de líquidos que en gases; asimismo, viajan más rápido en sólidos. En la guerra, experimentar con la refracción y la interferencia de las ondas de sonido sirvió para crear máquinas como los radares y sonares de aviones y submarinos.
Se culminó «ser todo ojos y oídos».
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