Historia del espionaje, desde el «espía embajador» hasta la «central de inteligencia»

 

La identificación como espía de la Stasi del actual presidente ruso, Vladimir Putin. Documento desclasificado, hallado en el archivo del Ayuntamiento de Dresde. En esa ciudad alemana ejercía como agente de la KGB colaborador con la agencia de inteligencia de la Alemania Oriental (bloque soviético), por eso la Stasi le facilitó una tarjeta de identidad. Fuente de la imagen

Esta semana les propongo como lectura en Pax Augusta, la única web sobre Civilización y Barbarie, una breve historia sobre el espionaje. Los llamados ahora, entre el eufemismo y el cinismo, servicios secretos o centrales de inteligencia. El espionaje debe ser tan viejo como la humanidad. Obtener información comprometida del «otro», que no se suele obtener de manera sencilla, obligaba al subterfugio y muchas veces a la ilegalidad. Conocer bien los puntos débiles o fuertes del enemigo requería del espionaje. En la Antigüedad la mejor manera era aprovechar la comitiva de un embajador, que además de realizar su tarea diplomática solía intrigar y espiar en la corte que visitaba. Más adelante, el espionaje se utilizaría como arma en las guerras pero también en tiempos de paz. El espionaje industrial es el mejor ejemplo de su evolución contemporánea


«Ojos que no ven, corazón que no siente». Este refrán siempre me ha parecido tan poético como certero. El no tener información –no ver- sobre cierta realidad imposibilita sentir, percibir, cualquier apreciación sobre ella. La información es poder, no es solamente un tópico o una frase hecha. Y el poder a lo largo de la Historia lo han ostentado reyes, emperadores y señores de la guerra; pero también ciudades (repúblicas), religiones o, incluso, empresas. Todo poder necesita estar bien informado para mantenerse y bloquear cualquier amenaza que acabe con él. El rey emperador Felipe II que todo lo controlaba y ponía por escrito dejó a su hijo, el futuro Felipe III, la siguiente indicación:

«(...) sé informado de las fuerzas, rentas, gastos, riquezas, soldados, armas y cosas de este talle de reyes y reinos extraños»

Pero esta vieja premisa del «Poder» y sus armas para ejercerlo no iba a ser exclusiva de la época de Maquiavelo y su tratado político El Príncipe. Desde la Antigüedad se emplearían los servicios del espionaje como recurso ventajoso para ganar batallas. Julio Cesar en sus commentarii de la campaña de las Galias hace mención a una treintena de casos donde empleó algo parecido a lo que hoy llamamos «inteligencia militar». Usaría las buenas infraestructuras (calzadas y puentes) de los ingenieros romanos para enviar a observadores y rápidos mensajeros a todos los rincones de la Galia. De esta forma podía estar bien informado y tener una visión más certera de los movimientos y de los puntos débiles del enemigo. De las fuentes romanas también destacan las menciones a esas tareas de espionaje en los escritos de SalustioDetalló como los generales romanos procuraban en sus campañas militares usar la exploración discreta tanto de los movimientos del enemigo como de sus posibles intenciones.

La muerte de César de Vicenzo Camuccini (1805). El asesinato de Julio César fue una muestra de las numerosas intrigas de poder. Quizá si hubiera usado a esos «legionarios espías» de sus campañas bélicas como contraespionaje, el complot contra su persona habría sido descubierto

En cambio, en las fuentes orientales, cartaginesas o persas, es más difícil encontrar referencias. Y eso que muchos historiadores ponen el origen de este uso del espionaje en esas civilizaciones. Por ejemplo, Aníbal parece que contó, según fuentes grecolatinas posteriores, con una red de espías dentro de la organización de sus correos y embajadas que se movían por todo el Mediterráneo. En la corte persa, las intrigas y complots estaban al orden del día. Entre los persas no estaba tan mal visto contar con una red de competentes «emisarios espías». Astutos sonsacadores que pudieran recabar información sobre el verdadero carácter de esos extranjeros a los que se pretendía conquistar o someter a vasallaje. Peones de un juego de estrategia; no en vano se da un posible origen del ajedrez en Persia. 

Sería con el primer emperador romano Augusto que Roma tendría lo más parecido a una red de informadores o «agentes del servicio secreto». De la mencionada época republicana los términos semejantes al correspondiente de 'espía' provenían del ámbito militar. Términos como explorator y speculator hacían mención a esos legionarios encargados de vigilar en la distancia al enemigo, de espiar sus movimientos y explorar el territorio colindante. Con Augusto y en adelante, en época imperial, a esos speculator se añade un componente de investigador, de intrigante. 

Quizá, según aparece en las fuentes desde el siglo I, la figura del frumentarii sea lo más parecido a un «espía» adscrito a las fuerzas de seguridad, al ejército de un Estado (en este caso al Imperio de Roma). Fueron emisarios de confianza, llevando documentos de extrema importancia para la seguridad del emperador y de las fronteras del imperio. Muchas veces, aprovechaban los viajes como representantes imperiales en busca de suministro de trigo para espiar las regiones limítrofes. Una estrategia que se continuó en épocas posteriores, sobre todo en el paso de la Edad Media a la llamada Edad Moderna, cuando se ampliaron los viajes y relaciones internacionales. Era un secreto a voces que en una embajada llegada de un país extranjero iba incluido siempre un confidente

Audiolibro El arte de la guerra, de Sun Tzu

Es también en esa época de los grandes viajes que se conocen nuevas culturas y se copian unas a otras. Llegará a las cortes europeas conocimiento del famoso tratado El arte de la guerra, del general chino Sun Tzu. En ese documento se instruye a los militares en la estrategia del espionaje, como otra arma más para favorecer la victoria. Así se habla de los necesarios métodos para recabar información sobre el enemigo, como las escuchas clandestinas, el robar cartas o interceptar mensajeros. Imperios como el español en los años de su máxima expansión, necesitaron de una buena red de confidentes que se manejasen bien en estas viejas artimañas. 

Felipe II usaría esa «arma del espionaje» para controlar las posibles amenazas en su vasto dominio. Aunque también sufriría el contraespionaje, como ocurrió en el caso de su secretario Antonio Pérez. Huyendo de una más que previsible ejecución, Pérez se exilió a Londres donde vendió información delicada a los ingleses. Datos que éstos quisieron reinterpretar (manipular) para ayudar a construir la Leyenda Negra sobre el más poderoso imperio de la época. Reinterpretar documentación, tergiversar mensajes capturados o enviados en misiones diplomáticas, encriptar con códigos cifrados secretos la información obtenida; fueron también tareas primordiales de los «informantes».  Algo así ocurrió, ya en época contemporánea, con las estratagemas en el uso de la información del canciller Bismarck. Estamos hablando del controvertido «Telegrama de Ems», que supuso el casus belli de la guerra franco-prusiana de 1870

El canciller prusiano pensaba que una guerra contra Francia sería el modo de unir a los alemanes en un gran imperio. Sabía por sus informadores que el ejército francés era muy inferior al germano-prusiano. Necesitaba un motivo para iniciar esa guerra. Un telegrama desde el balneario de Ems, donde la realeza centroeuropea descansaba, interpretado según su interés sirvió para ello. Francia había conseguido a través de las conversaciones al más alto nivel entre Napoleón III y el rey Guillermo I que fuera retirado un príncipe prusiano de los candidatos al trono español, vacante tras el derrocamiento de Isabel II (1869). Bismarck siguió intrigando y presionando para mantener la candidatura prusiana. 

Espionaje a los propios ciudadanos de un país en la película, La vida de los otros.
Fuente de la imagen: 
Fotograma

Causa que consiguió reactivar en julio de 1870 y que hizo reunirse al embajador francés Benedetti en Ems con el rey Guillermo I para revertir la situación. El rey prusiano accedió a volver a retirar la candidatura pero cuando el embajador francés exigió se pusiera por escrito, el monarca rehusó de manera cortés con un «Su Majestad no tenía nada más que decir al embajador». El canciller Bismarck en un reenvío del primer telegrama, manipuló el sentido de esa frase para que pareciese que el rey prusiano se negaba a considerar la principal petición francesa. Humillada –y engañada-, Francia declaró la guerra a Prusia el 19 de julio de 1870

Las intrigas palaciegas y parlamentarias, los secretos diplomáticos, seguían siendo el objetivo de los confidentes, aunque ahora se beneficiaban de las nuevas tecnologías de la comunicación para conseguir sus objetivos. Un cablegrama a tiempo podía desbaratar el plan de ataque sorpresa del enemigo. Llegado el siglo XX con sus dos guerras mundiales y su posguerra conocida como Guerra Fría, las «redes de información» se convirtieron en agencias o centrales de inteligencia (CIA, KGB, Mosad, MI6…). Organismos encuadrados en la seguridad de los estados o en sus ejércitos, con el objetivo principal del espionaje para conocer la capacidad ofensiva y defensiva del enemigo.

Ser espía tuvo su época dorada durante la Guerra Fría, en el enfrentamiento entre los dos bloques que dividían al mundo en países capitalistas y comunistas. La figura del espía adquirió muchas versiones, ya no era una exclusiva de los militares; se dieron casos de aparentes familias de clase media norteamericanas donde todos sus miembros eran agentes del KGB. El «espionaje del otro» llegó a ser una obsesión entre las potencias enfrentadas. Incluso se emplearon técnicas de espionaje contra la misma población de un país. El caso más significativo fue el de la República Democrática Alemana, la parte de Alemania que quedó en el bloque soviético, donde millones de personas fueron espiadas por su propia policía secreta (Stasi); síntoma de la desconfianza comunista en poder mantener el poder en una Alemania dividida, esperando siempre la «traición» de los germanos orientales contra el régimen impuesto por Moscú. 

 

© Gustavo Adolfo Ordoño 

   Historiador y periodista

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