Jimmy Carter flanqueado por el primer ministro israelí Menachem Begin y el presidente egipcio Anwar al Sadat, durante las negociaciones de paz en Oriente Medio de 1978. Fuente de la imagen: Archivo de la Biblioteca Jimmy Carter |
Un centenario Jimmy Carter fallecía el pasado 29 de diciembre en su granja de Plains (Georgia), lugar donde nació en 1924 y más tiempo había vivido. Un lugar que imprime el carácter paciente y abnegado del agricultor, de las personas que viven de sembrar, cultivar y recoger cosechas. Durante su larga vida lo intentó, cultivar, algo tan minusvalorado como la Cultura de la Paz. Lo haría a nivel mundial aprovechando su rango de ex presidente de los Estados Unidos. A pesar de no tener una valoración histórica positiva en cuestión de relaciones internacionales, al ser protagonista de la crisis de los rehenes estadounidenses en el Teherán de 1979, Carter quiso tener como legado su apuesta internacional por la paz mundial.
Criado y educado en Georgia, un estado de la llamada América agrícola (profundo Sur), no parecía un perfil tipo de los posibles políticos candidatos a llegar a Washington. Sobre todo porque después de servir en la Marina estadounidense y consolidar su carrera como oficial de submarinos, prefirió regresar al negocio familiar agrícola cuando falleció su padre, James Earl Carter, en 1953. Sin embargo, una personalidad enfocada al servicio de la comunidad, pues siempre predicó dentro de la iglesia baptista, favoreció alentar una carrera política local que lo llevó a ser gobernador de Georgia en 1971.
Ese perfil de hombre sencillo, popular y local, le serviría para ganar la presidencia de los Estados Unidos como candidato del Partido Demócrata en las elecciones de noviembre de 1976. El país, sacudido por la corrupción (escándalo Watergate) y la guerra de Vietnam, necesitaba «un hombre tranquilo». Comenzaba el mandato del 39º presidente de EEUU a finales de una década de los años 70 del pasado siglo llena de hitos históricos de gran calado. El no conseguir liberar a los rehenes norteamericanos tomados por los revolucionarios iraníes, secuestro ocurrido en la mitad de su mandato, supuso llegar muy tocado en prestigio político y popularidad a la reelección que no lograría.
Así, este presidente de un único mandato, algo que ya marca la consideración histórica, acabaría con una imagen borrosa y ambigua dentro del imaginario de la opinión pública estadounidense. Una percepción negativa e injusta que tapó durante mucho tiempo logros tan significativos como los tratados del Canal de Panamá que pusieron las bases para devolver la soberanía de esa infraestructura a los panameños. O los «determinantes» Acuerdos de Camp David, que supuso el tratado de paz entre Egipto e Israel; junto al no menos importante tratado SALT II con la Unión Soviética y el esperado establecimiento de relaciones diplomáticas de los Estados Unidos con la República Popular China.
Pero la personalidad arrolladora de su oponente del Partido Republicano en las elecciones de noviembre de 1980, el que sería presidente Ronald Reagan, borraría todos esos logros de Carter a nivel internacional. Sus reformas y éxitos locales, como un nuevo departamento de Educación o leyes ecologistas para Alaska, tampoco perdurarían mucho en la memoria histórica de los estadounidenses que ahora reclamaban un «hombre duro» frente a las afrentas de iraníes o de los soviéticos en Afganistán que el presidente Carter no había podido solventar. Quedó para la historia de las relaciones internacionales como un «mandatario débil».
Quizás el salir de la Casa Blanca justo en enero de 1981, comenzando la década neoliberal que marcaría esos últimos años del siglo XX, haría de su presidencia un periodo insípido y menor de ese último tercio de centuria. Solamente con una labor abnegada por los derechos humanos y la democracia a nivel mundial a través de su fundación creada en 1982 con su mujer Roselynn, el Centro Carter, lograría mejorar su imagen histórica menospreciada. Gracias a su mediación en complicados conflictos internacionales su figura fue rehabilitada, tanto que en 2002 recibiría el Premio Nobel de la Paz.
En la mayoría de los titulares (empezando por el mío) acerca de la biografía de este ex presidente estadounidense, Jimmy Carter, encontrarán los lectores la referencia de haber sido un «mero cultivador de cacahuetes» metido a presidente, como un menosprecio haciendo ver que la presidencia de la superpotencia (capitalista) fue algo que le vino grande. Sin embargo, en mi caso prefiero remitir a la idea que expresaba al principio. Carter no dejó de ser un «cultivador» paciente y tenaz, como lo son los agricultores, de la promoción de la paz mundial.
Murió a los cien años en su Georgia natal, habiendo logrado vencer una batalla de casi una década contra el cáncer que le diagnosticaron en 2015
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