Fotograma de la película 'Timeline', que lleva a unos arqueólogos de la actualidad al tiempo de la Guerra de los Cien años |
Existe
la idea de que los británicos nunca han querido ser europeos. Cuando está tan
extendida una apreciación, tendemos a considerar que tendrá bastante de verdad.
El Brexit no hace más que reafirmar esa sensación de que a los
británicos les sobra Europa. Aunque los matices son evidentes. Empezando por
aclarar que el sentimiento “antieuropeo” es más propio de los
ingleses que de irlandeses, escoceses y galeses, que son las otras nacionalidades
que conforman el Reino Unido de la Gran Bretaña. Es curioso el dato,
porque el origen remoto de la Guerra de los Cien Años estaría en
la conquista de Londres por un normando el año 1066, el Duque de Normandía al
que llamaban, no en balde, Guillermo el Conquistador.
Este
Guillermo continental inaugura una época de nuevos reyes “ingleses” preocupados
por todo lo que ocurría al otro lado del Canal de La Mancha. Es más, como
señores feudales que eran, se preocupaban de todas sus tierras y vasallajes,
siendo Normandía mucho más importante para ellos que Inglaterra. Se podía decir
que Londres era una colonia, por su dependencia económica y política,
del feudo continental más importante que se encontraba en Francia. A su
vez, como señores feudales con posesiones en Francia, debían vasallaje al
monarca francés.
Con
la llegada de Enrique de Anjou al trono inglés a mediados del siglo XII
se refuerza esa vinculación inglesa con los condados y ducados del continente.
El fundador de la dinastía Plantagenet, coronado como Enrique II en
Inglaterra, era también conde de Anjou, duque de Normandía y de Aquitania. Siguiendo el protocolo
feudal, los Plantagenet eran señores vasallos del poder principal que recaía en
el monarca francés. El potencial de recursos ingleses, la riqueza del reino
insular, pronto revirtió esa premisa y los reyes ingleses empezaron a
desconsiderar al vasallaje debido a Francia.
Como vemos, la Guerra de los
Cien Años hunde sus raíces en realidad casi tres siglos atrás de la
fecha tomada como inicio de la contienda. Además, ni fueron cien años
continuados de conflicto ni hubo muchas grandes campañas guerreras. Hubo
periodos largos de tregua y mucha más diplomacia de lo que parecería por ser
una guerra medieval. Los motivos de disputa estaban claros en esa época, se
trataba de reafirmar la soberanía plena de un señor sobre unas tierras aunque
estuviesen bajo vasallaje. Así, por ejemplo, para los ingleses la soberanía de Aquitania
era inglesa y para los franceses era soberanía gala pues pertenecía a los
feudos de la corona francesa.
El
rey francés Felipe VI se cansó en 1337, fecha considerada oficial
del inicio de la Guerra de los Cien Años, de tanta ligereza
inglesa en cumplir con el vasallaje debido del ducado de Aquitania y organizó
una campaña militar para ocuparlo. Incluso, como ya se había decretado otras
veces en los largos años de disputas, el monarca francés desposeyó del título
de soberanía sobre las tierras continentales al rey inglés de turno, en
este caso al astuto Eduardo III. Astuto porque logró atraerse el apoyo
de muchos nobles galos, tan importantes como el duque de Borgoña, diciendo que él
no era más que otro señor feudal francés luchando contra el poder central del
rey. Su estrategia funcionó y le animó a proclamarse rey de Francia en 1340.
Durante los más de veinte años que aún duró el reinado de Eduardo III, hubo dos
reyes para una misma Corona.
Pintura que recrea la Batalla de Crécy (1346) |
Las
batallas más importantes de la Guerra de los Cien Años, la batalla de Crécy
(1346) y la batalla de Poitiers (1356), se dieron en ese periodo donde
Eduardo III convirtió a Inglaterra en una potencia militar de Europa. El
conflicto acabaría salpicando a otros reinos europeos, como a los ibéricos, que
ayudaron a los contendientes con los que tenían acuerdos cuando la guerra se
transformó de una contienda entre señores feudales por derechos de soberanía a
un combate entre las nacientes monarquías-estados.
En
el inicio del siglo XV, la Corona inglesa aún tuvo opciones de realizar
el “sueño imperial” del primer Plantagenet de ser un gran reino con posesiones
a un lado y otro del canal. El enfermizo rey francés Carlos VI no
convencía a ninguno de los notables franceses y esa debilidad provocó una
guerra interna, entre ducados franceses, por conseguir influir sobre París. Los
duques de Orleans y Borgoña no tuvieron reparos en pedir ayuda al rey
inglés del momento, Enrique V, que aprovechó las circunstancias para
desembarcar con su ejército y tras varias campañas muy costosas tomar Normandía.
Por el tratado de paz de Troyes (1420),
pretendió que le recocieran rey legítimo de Francia en cuanto falleciese el “incapaz”
Carlos VI.
Pero
el destino quiso que fuera Enrique V quien muriese antes y su sucesor, un niño
coronado como Enrique VI, aunque prosiguió la conquista de Francia se
vio frenado en Orleans. En esta última fase del conflicto que parecía eterno,
es cuando entra en juego el mito de Juana de Arco. Su extraña
personalidad, una joven campesina que oía voces divinas que le exigían
convertirse en capitana del ejército francés para echar a los ingleses, en el
fondo resumía el nuevo sentir de los franceses. Desde esa victoria del ejército
del príncipe Carlos (el Delfín), comandado por Juana de Arco en mayo
de 1429 sobre los ingleses, rompiendo el asedio de Orleans, los
franceses dejaron sus rencillas internas y se unieron en una lucha común,
nacional, para expulsar a los anglosajones del suelo francés.
Lo
consiguieron del todo con la batalla de Burdeos, en 1453 (fecha oficial
del fin de Guerra de los Cien Años), cuando un ya consolidado Carlos
VII rey de Francia conquista esta ciudad, último bastión inglés en
Aquitania. Desde entonces, los reyes ingleses de origen francés, los Plantagenet y sus sucesores de otras líneas,
regresaron derrotados a Londres y tuvieron que hacerse más anglos,
inculcando en sus súbditos cierto reparo hacia todo lo que fuese “continental”.
¿Será ese rencor una de las raíces del sentimiento antieuropeo de los ingleses?
Es mucho suponer, sin duda, pero no hace más que demostrar que los ingleses,
quieran o no ellos, fueron, son y serán parte de la esencia de lo que es Europa.
Gustavo
Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista
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