La mordedura de mono que mató al rey Alejandro I de Grecia y a otras 250.000 personas

 

Foto oficial del rey Alejandro I de Grecia en 1919 y de un mono similar al que lo mordió
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Esta anécdota, si se la puede llamar así viendo su trascendencia dramática, aparece en el clásico ¿Qué es la Historia? (1961) de Edward H. Carr. Libro que se sigue recomendando a los estudiantes de la carrera y que todo historiador debería haber leído. Carr la incluye en la parte que reflexiona sobre la «causación en la Historia», el viejo debate del determinismo, el azar y causalidad circunstancial en el devenir histórico. Sería Churchill con su habitual cargante sarcasmo el que sentenciase: «Murió un cuarto de millón de personas del mordisco de aquel mono». En Pax Augusta te contamos esta curiosidad histórica a la que se refería la ironía del británico...  


  Ese día de otoño de 1920 era una mañana agradable en Atenas, de las que invitan a un tranquilo paseo. El joven rey Alejandro I de Grecia decidió salir a pasear con su pastor alemán, Fritz, por los jardines y cultivos del palacio de Tatoi, la residencia real en las afueras de la capital. A la altura de unos viñedos, el perro del monarca comenzó a ladrar de manera violenta. Un macaco de Berbería o mono de Gibraltar, que con esos dos nombres se los conoce, salió de uno de los setos atacando al mastín. Alejandro I estimaba a ese perro casi como a un hermano y se dispuso a separar a los dos animales. En su intento de separarlos recibió varios mordiscos del macaco, pero las peores heridas serían las provocadas por un segundo mono. En socorro de su congénere otro macaco escondido entre las cepas atacó al rey, recibiendo mordeduras profundas en sus dos piernas y el estómago. 

  Solamente con la ayuda del capataz de los viñedos y unos criados, el pastor alemán y su real dueño consiguieron zafarse de la agresiva pareja de monos. Un azorado capataz pedía disculpas a su rey, no entendiendo por qué estuvieron tan agresivos los macacos, que formaban parte de los jardines estilo tropical del palacio. El monarca sospechaba de su mastín como causa, por lo que Alejandro I, más herido en su orgullo que en el ardor de sus heridas sangrantes, quitó importancia al incidente. Sin embargo, esa misma tarde tendría una fuerte fiebre consecuencia de la infección en sus lesiones mal curadas por menospreciarlas en su verdadero alcance.  

  Alejandro I fue un rey «títere», impuesto en 1917 por el gobierno griego del intrigante primer ministro Venizelos. Un declarado enemigo de la Casa Real de Grecia liderada por el padre de Alejandro, el rey Constantino I. En realidad la postura del premier heleno no fue para defender sus convicciones republicanas, Venizelos no toleraba a Constantino y su política pro germánica en la Gran Guerra. Recordemos que su mujer, la reina, era Sofía de Prusia. Mandando con la ayuda franco-británica a toda la familia real al exilio y coronando al joven Alejandro de 24 años, hijo mediano de Constantino, el control total de la monarquía sería fácil. Por de pronto, lo primero que hizo fue declarar la guerra a Bulgaria y al Imperio Otomano en el contexto de la casi finalizada Primera Guerra Mundial


Ilustración de la época que muestra al rey Alejandro I con su esposa Aspasia Manos. Su matrimonio también fue un hecho controvertido de su efímero reinado. Todos se oponían a ese casamiento, incluso los que llevaron al trono al joven monarca porque ella no era de sangre real. Se casaron en secreto el 17 de noviembre de 1919 y su luna de miel en realidad fue un «exilio» encubierto de seis meses en París.


  Cuando tuvo lugar ese fatídico mordisco de mono del 2 de octubre de 1920, Alejandro I como rey marioneta (sin poder) acababa de firmar la declaración de la que sería Primera Guerra Greco-turca (1919-1922). Su agonía en solitario, no dejaron regresar ni a sus padres del exilio, duró tres semanas entre fiebres y dolores agudos. Falleció el 25 de octubre de septicemia. Pocas horas después llegaba una compungida abuela, la reina Olga, uno de los miembros menos relevantes de la familia real y al único, por humanidad, que dejaron volver a Atenas del exilio. Demasiado tarde. Al entierro de ese «rey pelele» únicamente acudió su citada abuela y su joven esposa, no admitida como reina consorte, Aspasia Manos

  La infortunada muerte de ese monarca de aparente inutilidad política abrió la «caja de los truenos» de la política helena de ese siglo XX. En efecto, sería un rey puesto en el trono griego por intereses creados del régimen edificado por el premier Venizelos; pero hasta su muerte también había servido su «figura moderada» para contener la fuerte división del país entre republicanos y monárquicos. Digamos que los primeros, los partidarios de cambiar de sistema de Estado, toleraban una monarquía de bajo perfil hasta la llegada del mejor momento para la proclamación de la República Helena. La inestabilidad política que creó ese vacío en el trono generó una «guerra civil» entre los partidarios de la vuelta del rey Constantino I y los seguidores de Venizelos

  Además, ese «vacío de poder» supuso la prolongación de la guerra contra los turcos, por estar Atenas enfrascada en asuntos internos y nadie querer tomar una decisión trascendental al respecto. En resumidas cuentas, contando esos conflictos inmediatos a su muerte tendríamos el cuarto de millón de personas «muertas por el mordisco de aquel mono», que decía el sarcástico Churchill


Para los aficionados a la historia de las Monarquías y sus Familias Reales; decir que Alejandro I era tío carnal de la actual reina emérita de España, doña Sofía. Su padre Constantino I tuvo tres hijos, el mayor, Jorge; el mediano Alejandro (el protagonista de esta historia); y el hijo menor Pablo, padre de la reina Sofía y de su hermano Constantino, a la postre el último rey griego de esa dinastía tras su reciente fallecimiento. Otra curiosidad, por «circunstancias causales» estos tres hijos de Constantino I llegaron a ser reyes de Grecia. 



Gustavo Adolfo Ordoño ©

Historiador y periodista

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