En el 85º Aniversario de la «Noche de los Cristales Rotos», la larga noche del antisemitismo que llega hasta hoy

Un comercio señalado como propietarios judíos en los días de la Noche de los cristales rotos
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El pasado 7 de noviembre de 2023, se cumplió un mes de otro ataque de odio visceral antisemita: el ataque de Hamás contra civiles israelíes del 7 de octubre. No era un ataque de un ejército miliciano contra un ejército de ocupación, fue un ataque antisemita. Horrendo crimen que ha desencadenado otra «solución final», el exterminio de civiles en la Franja de Gaza. Venganza y odio, fueron las únicas soluciones aplicadas. Y si la causa palestina está refrendada por las actuaciones de Hamás, que no reconoce la existencia de Israel, en lugar de por la Autoridad Palestina (embrión de un futuro Estado), no habrá solución. Y si Israel está refrendado por un Estado que no cumple la legalidad internacional y que ha emprendido aquello que lo originó (holocausto) contra sus enemigos, no habrá solución. Gana la guerra. Gana la muerte
  
    
  Este 9 de noviembre se cumplen ochenta y cinco años de los primeros asesinatos de judíos por acciones violentas, expresión del odio, en el contexto de la Alemania nazi. Es el 85º aniversario de un hecho luctuoso. En la noche del 9 y la madrugada del 10 de noviembre de 1938 grupos de exaltados rompieron los escaparates de los negocios de propietarios judíos, quemaron locales, lincharon a personas por toda Alemania y Austria. El incidente tenía apariencia de espontaneidad, la llama de la ira fue encendida por el supuesto asesinato de un funcionario nazi en París cometido por un adolescente judío. El odio racial, el pogromo de la noche del 9 de noviembre ha sido visto como la primera y burda excusa ideológica para idear el monstruoso plan del holocausto.


Incitación al odio


 El fin de semana del 27 y 28 de octubre de 2018, una noticia saltó a la actualidad mundial: al menos 11 personas son asesinadas en una sinagoga de Pittsburgh por un tirador que no parece tener más excusa para su barbarie que el odio. Ocurrió poco antes del 80º Aniversario de esos crímenes sociales. Hace más de ochenta años, entre los miles de seguidores de Hitler y su partido tampoco hacía falta mucha «motivación» para practicar el odio racial contra los judíos. Literalmente en su libro ideario, Mein Kampf, el canciller alemán predicaba que la raza aria germana era la «raza de los señores» (Herrenvolk), una raza superior que tiene que someter y dominar a las otras razas inferiores.

 Como «ente superior», la raza aria necesitaba conquistar territorio, «espacio vital», para desarrollarse porque solamente ella podía y debía alcanzar la plenitud civilizadora. Con semejante planteamiento era fácil imaginar quién era el objetivo principal de su racismo. Los judíos convivieron durante siglos en Alemania y Europa central con los otros pueblos. A la opinión pública alemana el partido nazi desde su llegada al poder fue preparándola para el odio, sentir rechazo por los seres que viciaban la pureza de los arios, incitando a la violencia contra todo lo judío

 La chispa incendiaria del 9 de noviembre de 1938 fue el disparo de salida perfecto para la sinrazón nazi contra los judíos, a los que hacían responsables de todos los males sufridos por Alemania (el Tratado de Versalles, el peligro bolchevique, la crisis económica, el bloqueo de algunos productos alemanes… )


La larga noche del 9 de noviembre


 El funcionario alemán de la embajada de París cuya muerte desencadenó la ola de violencia contra los judíos por todo el Reich era Ernst Von Rath. Un sencillo secretario del consulado que agonizaba en el hospital desde que el 7 de noviembre le disparase el joven judío de origen alemán, Herschel Grynszpan, que había huido a Francia cuando empezó la hostilidad nazi. El casi adolescente judío, por lo que relató una vez que le detuvieron (no ofrecería resistencia a la policía francesa), actuó en un arrebato de ira. Sus padres le escribían contando su penosa situación en los campos de internamiento creados en la frontera polaca con Alemania. Hitler estaba deportando a todos los judíos alemanes con orígenes polacos y el gobierno de Polonia se resistió inicialmente a esa invasión pacífica, creándose un conflicto diplomático y campos de internamiento en la tierra de nadie.


La llamada 'Noche de los Cristales Rotos', entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938



Noche de locura colectiva


 El hecho de que nada más conocida la noticia de la muerte en París del diplomático alemán, que fue bien entrada la tarde, la información llegase a Alemania más rápida que un reguero encendido de pólvora, hizo sospechar desde el principio la orquestación de un plan organizado desde el ministerio de propaganda alemán. Una estrategia buscando la convulsión en las calles del sagaz Joseph Goebbels, con la ayuda diligente de los funcionarios del ministerio de exteriores.

 Al grito de ¡venganza!, aprovechando un discurso que celebraba en Munich, Goebbels, animó a los presentes a hacer justicia por su mano. Miembros de la SA (tropas de asalto), de las juventudes hitlerianas, pero también ciudadanos anónimos alemanes y austriacos ciegos de ira, se lanzaron a una alocada noche de violencia, destrozos de negocios, quemas de sinagogas, profanación de cementerios judíos… con la policía y los bomberos mirando a otro lado.


La mañana siguiente de la noche más larga del antisemitismo 


 La violencia y los actos de vandalismo continuaron a la mañana siguiente del 10 de noviembre de 1938. Las cifras, empezando por las cuantiosas pérdidas económicas y personales, son muy inexactas. El régimen nazi ocultó el balance de horror y muerte que supuso esa Noche de los cristales rotos, intentó que no trascendiese como actos criminales, dándole el rango de simples disturbios. Sin embargo, esos hechos dañaron la imagen del partido nazi, incluso entre los muchos simpatizantes europeos y norteamericanos que tenía en los años treinta. Lo que demuestra la gravedad que contenían, a pesar de los intentos de minimizar por parte de Berlín la conmoción internacional.

 Datos del número de víctimas y de heridos no fueron recogidos en su momento, dificultando su precisión. El dato más aceptado es el del centenar de muertos, pero a nivel económico y material el cálculo es impreciso. Aunque resulta evidente todo el perjuicio cultural, humano y social que supuso la destrucción de prácticamente todas las sinagogas de Austria y Alemania, los hospitales y colegios judíos, los negocios, las pequeñas empresas y las casas de miles de judíos.

 Entonces nadie lo podía siquiera imaginar, pero esa noche terrible solo fue una gota en el océano de la locura que se conocería como la solución final. Sería una gota bastante significativa: 30.000 judíos fueron arrestados por el mero hecho de serlo y llevados a campos de concentración. Prohibieron que los judíos volviesen a abrir negocios y que cobrasen las indemnizaciones de los seguros por los daños. Les negaron todo el acceso a los servicios públicos, solo les ofrecían rechazo y odio. Actitud que sigue latente en un mundo civilizado, por desgracia, como se vio contra una sinagoga en mitad de la América profunda.




 © Gustavo Adolfo Ordoño
   Historiador y periodista 

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