Kissinger, el Maquiavelo del siglo XX muere a los cien años

 

Kissinger en una imagen de los años 70 del pasado siglo, cuando era Secretario de Estado de EEUU


Descubro con cierta molestia en mi orgullo intelectual que no he sido el único en señalar a Henry Kissinger como un «Maquiavelo» contemporáneo. Por lo visto, no soy tan original como me creo. En fin, me trago esa vanidad y mantengo el título porque es verdad, en mi opinión, que define como nada a esta figura clave en la política exterior del siglo XX. En Pax Augusta os ofrecemos un breve semblante de la vida e historia del que fuese hombre más poderoso del mundo en los determinantes años 70 (plena Guerra Fría) del siglo XX


 El género de la biografía siempre me ha gustado como lector y me ha interesado –mucho- como historiador. Creo que encierra mayor complejidad de la aparente cuando leemos una, pues pensamos se trata simplemente de aportar datos biográficos interesantes en un orden cronológico. Aunque ese sea el modelo básico, soy de los que piensa que en una biografía importa más la impresión y el testimonio que el dato. Y yo tengo la impresión de que Kissinger no era tan perverso como lo pintan y que, en el fondo, era una persona venciendo un trauma que lo persiguió durante toda su larga vida.

Pensemos que era un refugiado judío en Estados Unidos huyendo de la Alemania nazi. Además, al llegar a Nueva York con su familia en 1938 era un adolescente de quince años; y un adolescente es un adolescente ahora, en esos años y en época del emperador Augusto. Heinz Alfred Kissinger, que ese era su nombre de pila germano, nació el 27 de mayo de 1923 en Fürth (Alemania). Al ganar Hitler las elecciones alemanas de 1933, su familia movió contactos de familiares en América para recalar cuanto antes en la Gran Manzana. De posición acomodada, pudieron llevar al joven Kissinger a estudiar a la prestigiosa Universidad de Harvard

 Durante la casi veintena de años que estuvo en Harvard, primero como estudiante y luego como docente, se mostró como una persona brillante y con un fino e inteligente sentido del humor que gastaría toda su vida. Sin embargo, también mostraba indecisión y un cargante sentido del orden. Todo tenía que «estar bajo control». Y ese rasgo es a lo que me refería cuando hablaba de «vencer un trauma» en su vida. Su biógrafo Jeremi Suri, profesor de la Universidad de Texas, incidía en ello: "al ser un refugiado judío siempre estuvo muy preocupado por el caos y quiso poner orden en el mundo (entrevista en la agencia EFE)".    

Su rasgo de indeciso vino marcado por la necesidad casi compulsiva de estudiarlo todo, de conocer múltiples disciplinas y dominar todos los temas, estando en los años 1960 casi convencido de investigar por la rama científica. No obstante, acabó decidiéndose por los estudios de relaciones internaciones; lo que demostraría ese «trauma» subyacente de querer poner orden y control en el mundo y no sufrir un nuevo caos mundial propiciado por personajes del talante de un Hitler o un Stalin. Vencido el dictador fascista alemán, quedaba el legado de la «amenaza» comunista del dictador soviético. 

Kissinger en una foto reciente de este año, cumplidos los cien. Fuente Europa Press.


 Así, el anticomunismo de Kissinger sería cuestión de evidente pragmatismo, aunque con un matiz que no se suele apreciar. El que llegaría a ser primero consejero de Seguridad Nacional y después secretario de Estado durante el mandato del presidente Nixon, tiene el mérito de comenzar el llamado «deshielo» de la Guerra Fría entre las dos superpotencias. Además de ser el promotor principal del acercamiento de Occidente al que ya despuntaba como gigante asiático, China. Algo que ahora tampoco se aprecia. Un mundo a espaldas de la hermética y aislacionista China hubiese sido más complejo todavía. También otro matiz importante pasa desapercibido al primar el semblante «maquiavélico» del personaje, pero sus acciones diplomáticas en los acuerdos de París de 1973 abrieron la posibilidad de la paz definitiva en la guerra de Vietnam.  

Estas negociaciones de paz lo llevaron a recibir el Nobel de la Paz junto a su homólogo norvietnamita, Le Duc Thuo. Galardón que mostró ya en su época excesivo cinismo, pues las conversaciones importantes fueron secretas y, de hecho, la guerra por parte vietnamita duró dos años más, hasta la caída de Saigón en 1975. Hecho tan notorio que haría al vietnamita devolver el premio, a diferencia de Kissinger que toda su vida defendería que la paz no habría llegado a existir sin los Acuerdos de París promovidos por su persona. Aunque ahora nos parezca raro, la imagen en Occidente del político estadounidense con fuerte acento alemán era en esos años la de un «superhéroe».

 Consumado pragmático, era lo que se llamaría un «ultra» de la Realpolitik que no dejaba espacio en sus políticas para las consideraciones –y remordimientos- de conciencia. El famoso principio de Maquiavelo, «el fin justifica los medios». Por eso sus apoyos, incluso su fomento, a las dictaduras en América Latina entraron dentro de la «normalidad» política vista por Kissinger de bloquear cualquier acceso del comunismo al continente americano. Su apoyo al golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973, ha sido el dato crucial para argumento de sus muchos detractores y críticos; algunos llevan su crítica a la acusación de haber realizado con sus políticas crímenes contra la humanidad (la cuestión de Camboya, por ejemplo). 

De igual manera, con la misma vehemencia de sus haters, él se ha defendido de esas acusaciones de crímenes de guerra y contra la humanidad. Su argumentación, con evidencias también, se basa en que sus políticas salvaron la vida de muchas personas, rebajando o acabando tensiones bélicas o llegando a acuerdos con enemigos a los que no se lograba ni sentar en una misma mesa de negociación. Claro está, que Kissinger no iba a hacer el también evidente matiz de que esas «vidas salvadas» fueran sobre todo de estadounidenses y occidentales. Y, desde luego, las consecuencias de sus políticas quedarán en la memoria histórica trágica de muchas personas del mundo, sobre todo de América Latina y Asia, como testimonio de lo más nefasto del siglo XX

 Hasta hace pocos meses se mantuvo en activo, con cien años ya cumplidos visitó China en julio de este mismo año; fue recibido por el presidente chino, Xi Jinping, con honores de jefe de Estado. Era una manera de «celebrar» su centenario cumpleaños y «regalarse» una visita relacionada con el que consideraba su mayor logro como dirigente de política exterior: el acercamiento en todos los ámbitos de Estados Unidos a la gran China. Este judío estadounidense de origen alemán moriría con las botas puestas este pasado 30 de noviembre de 2023. Dejó muchos detractores, también bastantes admiradores; y no sabremos si había conseguido vencer su trauma tras un siglo con él. 


© Gustavo Adolfo Ordoño
   Historiador y periodista

Publicar un comentario

0 Comentarios