El estrecho de Gibraltar, histórica zona de piratas y contrabandistas

 

Una galera similar fue uno de los barcos piratas preferidos en el Mediterráneo.
Grabado de Pierre Puget, del siglo XVII. 


El reciente asesinato de dos guardias civiles a manos de los narcotraficantes en la zona del estrecho de Gibraltar tiene un contexto socioeconómico actual. Sin embargo, a pesar de estar muy lejos el narcotráfico de hoy de tener causas similares a la piratería y al contrabando histórico en la región, sí que esta lacra delictiva nos recuerda la constancia del fenómeno contrabandista en aguas del Estrecho. En Pax Augusta os ofrecemos una breve reseña histórica, con modos literarios, sobre ello


 John Ward contemplaba desde la borda de su patache como se ponía el sol en el Atlántico. Estaba fondeado detrás de una de las columnas de Hércules, el peñón de Gibraltar, esperando la llegada de refuerzos del lado africano, la otra columna que da entrada al viejo Mediterráneo. Ward había sido militar al servicio del rey inglés en las guerras navales entre holandeses, ingleses y españoles de finales del siglo XVI. Llegó a tener patente de corso, que era una manera de «legalizar» la piratería cuando te ponías al servicio de un monarca o de un gobernador y compartías con  ellos el botín conseguido. Una manera de hacer guerra sucia contra los intereses de la nación rival. 

Pero John Ward llevaba años siendo un pirata autónomo desde que esos países acordasen una paz, coincidiendo con el talante más moderado del monarca español Felipe III. El hijo del poderoso rey Felipe II, promotor de la Armada Invencible que debería haber conquistado a la pérfida Albión, procuró tener una política exterior pacificadora (la llamada Pax Hispánica a partir de 1604). Cientos de corsarios de la Europa atlántica quedaron ociosos. Muchos, como Ward, se «bajaron» al Mediterráneo a buscar fortuna haciéndose piratas y contrabandistas. 

Casi en la anochecida, una galera berberisca se aproxima hacia el barco del capitán Ward. Sus hombres comienzan a murmurar excitados ante la llegada de sus aliados, la incursión pirata a la costa de Gibraltar les garantiza diversión. Los hace callar con una orden tajante y agita un farol con su brazo derecho. Desde la galera hacen lo mismo y maniobran para dirigirse a la popa de los piratas. Ningún barco de pescadores y menos de la armada real hispana están cerca, ni las torretas de costa los pueden ver cobijados tras la mole de roca y arbustos del peñón. Esa noche de pillaje campearan a sus anchas por todo el futuro Campo de Gibraltar.


Ilustración mapa del Gran Asedio a Gibraltar de 1782


 En los anteriores párrafos ha podido leer una recreación histórica sobre los corsarios y piratas del estrecho de Gibraltar. Puedo dar fe de que se ajusta al rigor histórico, aportando al final de este texto la bibliografía consultada. Además, el único dato atemporal se detalla al advertir que los piratas atacarían al «futuro Campo de Gibraltar». En efecto, ese topónimo se fue creando a partir de 1713 con la pérdida de la Corona española del peñón y su ciudad a favor de los británicos en el Tratado de Utrech. El gobierno de Madrid comenzó desde ese mismo año una estrategia de recuperación basada en «cercar» a Gibraltar con poblaciones, unas veces de nueva creación como sería la futura ciudad de la Línea y otras de «recuperación» como la abandona en la Edad Media, Algeciras.

No obstante, desde finales del mismo siglo XV que se culmina la recuperación cristiana de esas tierras invadidas por el Islam ocho siglos atrás, la actividad corsaria y contrabandista estuvo al orden del día en el Estrecho. En realidad, la piratería se podría evocar llegando a tiempos del Mediterráneo romano. Los pasos en las rutas marítimas fueron siempre el mejor caladero para el objetivo pirata de abordar barcos y hacerse con su carga. Los tripulantes de esos barcos eran vendidos como esclavos, otro lucrativo negocio relacionado con la piratería. Precisamente, se llegaron a crear en la región en esos siglos de la Edad Moderna importantes «reinos» de corsarios berberiscos (Argel, Túnez, Orán…); adonde recabaron muchos moriscos expulsados de la península ibérica

 ¡Qué se lo digan a Cervantes! Cautivo en Argel durante cinco años al ser su barco apresado por piratas cerca de las costas españolas cuando regresaba desde Italia en 1575, tras haber participado en la batalla de Lepanto. El pago de rescates de los cristianos cautivos considerados «importantes», así como el tráfico del resto de cautivos por piratería convertidos en esclavos, enriqueció a los señores berberiscos y a sus aliados corsarios anglo-holandeses. Los cargamentos robados de los barcos abordados pasaban al mercado de contrabando, influyendo de forma grave en la economía de esa zona; que en el caso español afectaba a los importantes puertos de Alicante y Cartagena.  

Retomando al pirata de origen inglés John Ward, personaje que llegó a tener gran fama en las tabernas de Londres de principios del siglo XVII, con canciones y un libreto escrito sobre sus «grandes hazañas» corsarias, contar que se construyó un gran palacio en Túnez donde murió a los casi setenta años (en 1622) y porque se contagió de la peste. En el esplendor de su carrera intentó asociarse con el bey de Argel, pero al ser rechazado por el argelino que ya apadrinaba a otro afamado pirata, al holandés Simón de Danser, recabó al servicio del gobernador turco de Túnez. Volvía a ser corsario con patente, pero eran tan lucrativos los botines que ceder parte al berberisco no resultaba tan incordio. Su figura nos sirve, además, como ejemplo de un «histórico oficio» delictivo que tendrá presencia centenaria y muy continuada en el estrecho de Gibraltar

Desde esas mismas primeras décadas del siglo XVII, las incursiones piratas a villas y puertos costeros del Mediterráneo fueron menos frecuentes y relegadas por el incremento del apresamiento de navíos de todo tipo. Pues muchas veces los corsarios se apoderaban de todo el barco, consiguiendo así verdaderas flotas piratas dedicadas al robo y contrabando naval. El cada vez menos uso del «arma» de la patente de corso para hacerse la guerra sucia entre las potencias europeas, haría que sus flotas militares se aliasen para combatir a la piratería «por libre» que no miraba bandera en sus frecuentes ataques. De esta manera, a partir del siglo XIX la piratería en el Mediterráneo era ya muy marginal y los ataques corsarios serían sustituidos por las también delictivas acciones de contrabando marítimo


*Bibliografía consultada:

 VELASCO HERNÁNDEZ, Francisco: «Corsarios y piratas ingleses y holandeses en el Sureste español durante el reinado de Felipe III (1598-1621)»; INVESTIGACIONES HISTÓRICAS-32, Universidad de Valladolid (2012); pp. 89-118



© Gustavo Adolfo Ordoño
     Historiador y periodista

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