Venezuela, el país donde la «Historia» llega con retraso; los lentos procesos históricos venezolanos

 



 Francisco Martínez de la Rosa, ministro plenipotenciario de la reina Isabel II de España, se atusaba el tupé frente a un espejo del Salón de Reinos de palacio mientras aguardaba a su correligionario venezolano, un tal Alejo Fortique. De la reina se podía esperar tardanza, incluso que no llegara a presentarse como bien se lo advirtieron. Pero del ministro Fortique, representante de una república no reconocida por la Corona española, esperaba mayor puntualidad ante la firma, por fin, del Tratado de Paz y Reconocimiento. Era 30 de marzo de 1845, y esa rubrica acabaría con más de una década de desencuentros y amenazas bélicas entre España y su antigua Capitanía General de Venezuela

Unos pasos resuenan con decisión delatora de sus prisas en el pasillo que lleva al gran salón. Allí Alejo Fortique frena su ímpetu al comprobar que en medio de la sala están los tres hombres que esperaban su presencia. Martínez de la Rosa flanqueado por dos sargentos de la Guardia Real aguarda junto a la mesa de piedras duras napolitana donde se firmará el tratado. 

Mis disculpas, canciller, una misiva de Londres a la que debía atender llegó justo cuando salía de mi residencia. La excusa del americano, aunque convincente, no endulzó el enojo del español. Veo que a pesar del deseo de no ser españoles y de tratar con nuestros peores enemigos no dejan de practicar costumbres tan españolas como la impuntualidad. Gracias al tono distendido del ministro español, el semblante del caribeño no endureció el gesto. Por supuesto, señor, le prometo que nunca dejaremos de amar las costumbres de la Madre Patria. A Martínez de la Rosa la respuesta de su colega diplomático le pareció un estoque equilibrado que mezclaba la ironía sutil con el debido halago al anfitrión. El Tratado de Madrid de 1845 entre España y Venezuela se firmaría sin más demora, sin esperar a la posible aparición de la reina Isabel II.   


En una mesa como esta, llamadas Mesas de Piedras Duras, se firmaría el Tratado de Paz y Reconocimiento entre Venezuela y España el 30 de marzo de 1845.
Fuente de la imagen: Museo Nacional del Prado

 

 Los párrafos anteriores son una recreación libre sobre el dato histórico de la firma de ese Tratado de Paz entre España y Venezuela la primavera de 1845. Se han respetado los nombres de los firmantes y la fecha exacta del acuerdo; el diálogo ficticio entre los diplomáticos les parecerá más creíble sabiendo que Martínez de la Rosa y Fortique llegaron a ser buenos amigos. Consiguieron un tratado de paz y reconocimiento mutuo como países soberanos que cerraba un largo proceso de negociación diplomática y de ninguneos entre los dos Estados. Recordemos que ya en Caracas se dio un Acta de Independencia de Venezuela el 5 de julio de 1811 y que el 27 de noviembre de 1820 tendría un Tratado de Armisticio y Regulación de la Guerra entre Bolívar y el general español Morillo. Ambos tratados llevaban, en el fondo, un reconocimiento implícito de la independencia venezolana.

Sin embargo, se tuvieron que esperar unos treinta largos años para dar la monarquía española por reconocida oficialmente a la República de Venezuela. A diferencia de otros procesos de emancipación similares, comenzados en las dos primeras décadas del siglo XIX en la llamada América Española, el proceso de independencia y reconocimiento soberano de Venezuela llevó una línea de negociación más larga, compleja y con resultados bastante tardíos. Quizás la explicación más simple a esa diferencia esté en una mayor presencia de tropas españolas y de intereses peninsulares españoles en esa zona y en ese crucial momento de las emancipaciones americanas que en la Gran Colombia acabó liderando Bolívar.  

No obstante, ese último argumento tampoco lo explica todo ni es muy preciso ante todos los retos existentes a resolver en las relaciones con Venezuela en esas dos décadas; desde 1810 que comenzó la actividad independentista hasta 1833, con la muerte de Fernando VII empeñado en no reconocer las independencias americanas, que la Corona española cambió de actitud y «toleró» la existencia de una república venezolana. Tuvieron mucho que ver, como en la actualidad, las políticas interiores nacionales de cada país que influyeron en las líneas a seguir en política exterior entre ambos países. 

 Del periodo de acercamiento gracias al Trienio Liberal español (1820-23) se pasó a la mayor intolerancia acerca de cualquier emancipación americana con el renovado absolutismo de Fernando VII (la década ominosa, 1823-1833). En Venezuela también sus políticos se alejaban o acercaban al deseo de normalizar las relaciones con España según sus criterios e intereses locales. Para la burguesía venezolana más liberal era muy gravoso reconocer que se debían reparaciones económicas e indemnizaciones a los españoles por los bienes y propiedades confiscadas durante la guerra de independencia. En cambio, para la élite más conservadora no había problema en asumir esa indemnización si con ello se conseguían los acuerdos comerciales de «nación más favorecida» a los que aspiraban. 

Una serie de impasses diplomáticos, como la llegada de unos buques de guerra españoles en 1860 al puerto venezolano de La Guaira, atrasarían la normalización y el fluido de relaciones bilaterales entre Venezuela y España a la tardía fecha de 1882, cuando se firmó el definitivo Tratado de Comercio. Más de un siglo después, un dirigente venezolano de formación militar, Hugo Chávez, comenzaría un proceso histórico con retraso en su país. Pretendió desde 1999 versionar la Revolución Cubana de mediados del siglo XX (Patria, Socialismo o Muerte) llamándola en 2007 Socialismo bolivariano del siglo XXI. Unas posiciones izquierdistas trasnochadas y llevadas al culto de la personalidad del líder: castrismo, chavismo... 


En 2013 Chávez fallece y su sucesor, Nicolás Maduro, sigue retardando la historia de Venezuela...




© Gustavo Adolfo Ordoño 

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