Civilización de las islas, la insularidad como forma de vida. ¿Nisología?

La actriz Ingrid Bergman protagonista de Stromboli de Roberto Rossellini (1950)


En un primer momento la película tuvo muy malas críticas. Sobre todo en Estados Unidos, que se centraron más en el morbo del romance surgido en el rodaje entre el director italiano, Rossellini, y la actriz de origen sueco, que en la calidad de la película. Los críticos tardaron en apreciar el giro novedoso que este director había dado al género que dominaba, el neorrealismo. En lugar de emplear una ciudad o la vida urbana como expresión de la cruda realidad social de esos años de posguerra, Rossellini utilizó una isla y su volcán como personaje «natural» para simbolizar esa angustia vital de las personas que no encuentran salida a sus problemas. La insularidad tiene algo de «prisión», de encerrarse en sí mismo. Es un factor particular que influye en sus habitantes, en su carácter y se dice que hasta en su historia. En Pax augusta reflexionamos sobre qué hay de cierto en esta idea
 
 Tenemos un término con «objetivos científicos» para definir este factor de la insularidad. En el diccionario de la RAE (Real Academia de la Lengua) no lo encontramos, pero con el nombre de Nisología (del griego νῆσος -nêsos- que significa "isla" y λογος -logos- que es "estudio") se define una disciplina de estudio que intenta explicar cómo influye la insularidad en las personas, en sus vidas, su entorno y su historia. Artículos académicos con títulos como Nisología en el occidente fenicio-púnico a través de la arqueología demuestran un verdadero interés por esta singularidad que supone habitar una isla. Desde condicionamientos evidentes geográficos hasta no tan obvios como la supuesta personalidad hermética de las gentes que buscaban, por propia voluntad, habitar una isla, la nisología pretende responder a cuestiones multidisciplinares. Hay una nisología-geológica y una específica nisología relacionada con la vulcanología; una nisología-antropológica, una nisología-biogeográficauna nisología-literaria, una nisología-histórica...

La posesión de islas en el pasado por un reino o un imperio cuyo territorio principal fuese continental estaba relacionada con dos factores cruciales: el económico y el militar. Las rutas comerciales precisaban expandirse lo más posible y con la navegación las distancias largas se cubrían en menos tiempo, las islas ejercían de «bases» estratégicas donde hacer escalas. Para proteger los confines de un reino también se pensaba en dominar islas adyacentes o que estuvieran en el paso de la navegación hacia ese país, el territorio insular servía como una primera línea defensiva. Sin embargo, estas consideraciones no resultaban complejas de encajar en los estudios históricos o geopolíticos sobre la insularidad. Lo que hacía interesante a esa «ciencia» de la nisología era su estudio psicológico del carácter insular.

Fotograma de la película Stromboli (1950) donde Ingrid Bergman interpreta a una joven ucraniana que para salir de un campo de concentración al acabar la Segunda Guerra Mundial se casa con un marinero de la isla de Stromboli. Allí descubre estar en otra «prisión» al no ser aceptada por la sociedad conservadora y hermética de la isla, que la considera una extraña a la que marginar. 


El aislamiento -que puede afectar emocional y psicológicamente- es el rasgo más característico de la insularidad. Pero analizado en medio de otro factor como es el fenómeno de la «Globalización» se torna de cariz positivo. Cuando el mundo se homogeneiza con la cultura global, las islas pueden ser focos de resistencia a esa tendente homogeneización. Los defensores del valor académico de la nisología destacan que, por ejemplo, las islas habitadas más pequeñas actúan de microcosmos acotados donde los fenómenos sociales o biológicos al darse con mayor intensidad resultan más «nítidos» y se pueden proyectar a cuestiones amplias, más generales. Digamos como una manera inductiva de analizar, de lo particular (islas) a lo general (continentes). 

Sí que es apreciable el valor «singular» de la insularidad cuando se analiza el patrimonio histórico-cultural influido por el patrimonio natural insular. Aunque habrá matizaciones, pues es algo mejor apreciado cuando se trata de un conjunto insular pequeño que de una gran isla. Países que son islas grandes (Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Japón...) han logrado mimetizar su carácter insular con pautas culturales más abiertas, propias del contexto general donde interactúan. Mal que le pese a británicos y japoneses, sus culturas tienen más rasgos europeos y asiáticos respectivamente que facetas insulares. 

La curiosa Isla de Hashima (Japón) fue el territorio con mayor densidad mundial de población. Miles de personas vivieron en ese islote únicamente para explotar una mina de carbón hasta 1974.


No obstante, en casos como las Islas Canarias el patrimonio insular sí que adquiere valor analítico. Particularidades como la misma orografía, la formación geográfica de las islas, todas de origen volcánico; o los ecosistemas tanto naturales como humanos marcados por esa realidad de insularidad, se hacen imprescindibles para estudiar a las islas y sus gentes. Además, esas facetas «íntimas» de las islas también se constatan en perspectivas de estudio más «universales». Archipiélagos como por ejemplo las mismas Canarias, las Azores y Madeira, se convertían en itinerarios entre culturas y civilizaciones. El acento de las lenguas, la gastronomía y los modelos urbanísticos –lo particular- se movían entre Europa y América –lo general- haciendo parada en las islas, donde se impregnaban de rasgos insulares. Hoy en día pasear por el casco antiguo de San Cristóbal de La Laguna (Isla de Tenerife) es como deambular por La Habana Vieja...




Gustavo Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista

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