Principado de Sealand, cuando el sueño de tener tu propio reino se cumple

Emisión de sellos y monedas del Principado de Sealand. Fuente imagen en su web oficial


Historia de la micronación más pequeña del mundo, 

el principado de Sealand



 El llamado Principado de Sealand no fue ni la primera ni la más curiosa de las «micronaciones» surgidas a partir de los años sesenta. La década de 1960 ha sido conocida en la historia del siglo XX como la Era de las Protestas y Revoluciones; una época donde las formas de manifestarse o las protestas contra el sistema -establishment- fueron tan variopintas como creativas. Una manera de protestar y revindicar fue la «toma de posesión» declarando la soberanía de un pequeño territorio; que podía ser desde una granja, un islote o una plataforma marítima abandonada. Esa última sería el caso de Sealand, micronación fundada el 2 de septiembre de 1967.

El precedente más interesante fue el microestado de New Atlantis. Creado en 1964 por el escritor y activista social estadounidense Leicester Hemingway. Lo hizo fundando una isla-nación que construyó él mismo haciendo una gran balsa de variado material. Enlazando desde largas cañas de bambú a tubos de acero, hierro y plástico. Remolcaría su islote artificial hasta las costas de Jamaica, donde intentó convencer a las autoridades de ser técnicamente una isla y poseer plena soberanía. Las Armadas de EEUU y Reino Unido, con bases cercanas, no vieron bien ese inesperado «nacimiento» de una nación en esas aguas y pensaron en «hundirla». Finalmente fue un huracán quien acabó con la micronación New Atlantis.

 Hubo otras motivaciones no políticas para crear una micronación, aunque todas partían de una reivindicación o un deseo creativo de hacer las cosas «a su manera». Por eso se darían creaciones de mini estados debidas a una performance o una expresión artística. El caso del Principado de Sealand nos gusta en especial por tratarse de un asunto «soberano» relacionado con la libertad de expresión. A comienzos de 1960, Roy Bates era un comandante de las Fuerzas Armadas británicas en la reserva que tenía la afición de ser radioaficionado. Incluso llegó a montar su propia emisora en un fuerte costero abandonado por el Ejército. Era la época de las «emisoras piratas» que hacían contraprogramación a la demasiado oficialista BBC

Considerada ocupación ilegal, las autoridades militares desalojaron a Roy Bates de esa instalación y tuvo que cerrar su emisora de radio. Pero conocedor de otras construcciones navales que el Reino Unido levantó alrededor de las costas orientales de las islas británicas durante la Segunda Guerra Mundial, decidió trasladar a la plataforma conocida como Roughs Tower su emisora de radio llamada Radio Essex. En principio, esa plataforma que se asemejaba a las petrolíferas estaba a más de las tres millas que en esa época constaban como aguas territoriales



Captura de imagen de la web oficial de la micronación Sealand


 
 Era una vieja fortaleza anclada en medio del Mar del Norte a casi ocho millas del Reino Unido, porque la excepcionalidad de la guerra lo había permitido. En 1967, sin embargo, esa plataforma al haber sido abandonada por su dueño se consideraba «Terra Nullius» (Tierra de Nadie). Es un dato que advirtieron a Roy Bates sus abogados que lo asesoraban para evitar un nuevo desalojo de su emisora. Fue el detonante para su gran idea: declarar a ese islote-fortaleza como un Estado independiente, el Principado de Sealand. Empleó medios legalistas basados en el derecho romano, como el «derecho de gentes» sobre las tierras de nadie que se empleaba en las conquistas coloniales. 

Obvio, una nación no existe si no es reconocida internacionalmente por el resto. Por eso resultó chocante que la primera en hacerlo fuese Gran Bretaña cuando había estado intentando «destruir» a ese extravagante país surgido frente a sus costas. Intentos en forma de simulacros de abordaje y de «invasión» por parte de la Armada británica, en uno de los cuales el primogénito del soberano Roy, el príncipe Michael, armado con un fúsil disparó al aire en modo de advertencia contra la lancha británica que se acercaba. Al no haber perdido su nacionalidad original, cuando Michael Bates estuvo en Londres fue detenido y acusado de agresión contra una autoridad. Curiosamente, el tribunal inglés ocupado del caso se declaró incompetente por ser un incidente fuera de la jurisdicción británica. Implícitamente se estaba admitiendo la existencia del Principado de Sealand.      

Para la familia Bates esos incidentes ocurridos desde 1967 y aumentados en la década de 1970 supusieron sus particulares «luchas de la independencia». Batallas por su soberanía que no eran otra cosa que acosos y bloqueos para intentar acabar con el ánimo de esos «locos» creadores de su propio principado. En cambio, los Bates siguieron con su propósito de crear un Estado independiente y en 1975 el Gran Príncipe Roy promulgó la Constitución de Sealand basada en los principios de libertad creativa y de igualdad entre los miembros de esa comunidad. Se emitieron sellos, monedas y escudos oficiales. Se repartieron pasaportes y títulos nobiliarios entre todos los que desearon sumarse a esa original nueva nación «libre en alta mar»; aportando, claro está, dinero para financiar al principado.

Convertido, en el fondo, en un «país artificial» atracción turística y cultural bajo una ingeniosa operación de marketing, resulta un tanto increíble que haya logrado superar retos tan difíciles como un golpe de Estado en 1978 o la ampliación británica a las 12 millas de aguas territoriales en 1987. El golpe sonó a opereta preparada por los propios soberanos de Sealand, para recuperar la notoriedad perdida, pues fue dado por un ciudadano alemán con pasaporte del principado y un pequeño grupo de mercenarios paramilitares de los Países Bajos. El príncipe Michael organizó rápido un helicóptero con un comando de intervención que en horas recuperó la soberanía de su microestado. A día de hoy, miles de personas se siguen «nacionalizando» como ciudadanos de Sealand. Quizás añorando ese espíritu de libertad reivindicativa propio de los años sesenta. 



© Gustavo Adolfo Ordoño 

    Historiador y periodista 

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