El líder del UKIP, Nigel Farage, frente a un cartel en defensa del ‘Brexit’ criticado por su mensaje racista. Fuente EFE |
Una de las argumentaciones más
acertadas dentro de los estudios de política exterior, del análisis
geopolítico, en las últimas décadas, serían la invención de los términos “Poder
duro y Poder blando” del pensador Joseph Nye (New Jersey, 1937) para
referirse a la nueva correlación de fuerzas mundiales tras el fin de la Guerra Fría. Al menos a mí me lo
parecen, mejor que las usadas en plan hecatombe que van desde el fin del mundo
a la IV (la III ya la ganaron, por lo visto, los yanquis) guerra mundial. Estos
conceptos de análisis de Nye, vienen
a decir que en geopolítica se ha estado usando el ‘poder duro’, el militarista, la fuerza y sanciones; frente al ‘poder blando’, la diplomacia, los bloqueos
y denuncias en tribunales internacionales. O ambos a la vez, en una combinación
en su justa medida que le ha llevado a acuñar un nuevo término: el “Poder inteligente”.
Joseph Nye,
como estadounidense y veterano asesor de presidentes demócratas (Jimmy Carter,
Bill Clinton y Barack Obama), puede acabar etiquetado como analista implicado
en los intereses de la superpotencia y nada imparcial en la visión global de
las relaciones internacionales. Puede, pero nada obliga a colocarle esa
etiqueta. Criticó con firmeza el uso del poder duro en el conflicto de Irak y
abogó por combinar ciertos aspectos de dureza, un bloqueo militar y vigilante,
con una mejor política de poder blando, basada en conseguir
consenso internacional en las sanciones impuestas a Bagdad. Lo que en lógica
hubiese generado una resolución más ‘inteligente’ (poder inteligente) del
conflicto. Para explicar ese concepto de ‘Poder
inteligente’, el catedrático de la Escuela Kennedy de la universidad de
Harvard, nos pone como ejemplos la gestión de Obama en Irán y en Cuba.
Joseph Nye, foto oficial de la web Secretaría Estado de EEUU |
Lo ideal, según se desprende de sus análisis, es llegar a usar el ‘Poder inteligente’ como único recurso geopolítico. Sin embargo, el ‘Poder duro’ no ha dejado de estar vigente y ser el más recurrido. Desde los bombardeos a Serbia hasta la anexión rusa de Crimea, pasando por las invasiones a Afganistán e Irak, claro. Para colmo, el caso ruso es mas gravoso al romper un acuerdo tácito desde 1945: evitar la fuerza militar para la anexión de territorios. Las “invasiones” producidas desde esa fecha fueron acciones de castigo o para controlar una situación perjudicial desde el origen, no para expandir el territorio administrado. Eso, precisamente, fue lo que desencadenó la II Guerra Mundial, tanto en Europa como en Asia (invasiones-anexiones japonesas).
La Unión Europea, comenta también Joseph
Nye, ha sido el mejor ejemplo de ‘Poder
blando’. La preferencia por el poder suave en Europa se debe a la
misma esencia de la creación europea comunitaria. Se trataba de evitar a toda
costa, gracias a leyes y derechos sociales, volver a experimentar una guerra
entre países europeos. La fuerza de la diplomacia y el acuerdo vencía a la
fuerza de las armas. No obstante, este poder blando se ha visto muchas veces
limitado y sobrepasado por las circunstancias. Al caso de Crimea, guerra de Ucrania, había que responder con duras sanciones contra Rusia. Se trataba
de convertir la anexión rusa en una excepcionalidad y un nefasto repunte del
poder duro, no en la recuperada norma (como en la década 1930) de utilizar
poder militar para resolver un conflicto de fronteras y nacionalidades.
La península de Crimea cuando aparecía en los mapas como de Ucrania. |
La crisis de
los refugiados también ha puesto a
prueba el poder suave europeo. Un poder menospreciado por los populismos de
extrema-derecha que no dejan de crecer en las sociedades europeas, sobre todo
del centro y norte europeos, pidiendo firmeza y dureza política para resolver
el grave problema; reclamando vallas, más policías o sacando al ejército para
bloquear las fronteras. En el viejo continente la prolongada crisis económica
está trastocando valores que sólo se consiguen en paz y largos periodos de
bienestar. Hasta cierto punto es comprensible que el europeo medio tema por
la pérdida absoluta de esos “privilegios” del Estado de bienestar; lo que es
inaceptable es facilitar la reacción ante ese temor de manera radical o
violenta, por lo que mucha culpa de ello lo tienen esas formaciones políticas
que desean sustituir el carácter suave del poder europeo por el recurso del ‘Poder
duro’.
Utilizar el recurso intermedio, el ‘Poder
inteligente’, parece tarea compleja, inmersos en todos los rincones del
mundo en una geopolítica confundida, incapaz de equilibrar el poder duro
con el blando, ampliando las dosis del ‘Soft
Power’. Así debería ser, por ejemplo, en Venezuela, Libia, Egipto, Siria,
Ucrania, Irak, en el Mar de la China...
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador
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