El perfume del rey Carlos

 

La colonia o perfume que comercializa el rey Carlos III del Reino Unido, inspirada en las fragancias de los jardines de su mansión Highgrove. Fuente de la imagen 


 Oler bien es un detalle. Ir perfumado y limpio resulta una primera manera educada de comportarse cuando nos relacionamos con los demás. El uso de ungüentos olorosos sobre nuestros cuerpos en la historia es una vieja costumbre. Me tengo que ceñir al tópico y señalar que pareció una práctica exclusiva de las mujeres, donde la cosmética se asociaba al propósito de adquirir belleza y sensualidad. A poco que nos interese el tema histórico y hayamos leído sobre ello, descubrimos que no fue así. Reyes –hombres- en diferentes partes del mundo usaron las esencias perfumadas para distinguirse del resto de los mortales. Cortesanos, hombres y mujeres, espolvorearon sus axilas e ingles con perfumes para ocultar sus fuertes olores corporales. 

Ahora lo hacemos, unos más que otros, con geles, desodorantes, colonias y perfumes convertidos en toda una industria. Un negocio, la cosmética e higiene, que es de los más prósperos en las sociedades desarrolladas. En la Antigüedad ese «ritual purificador» estuvo asociado a la civitas o ser «civilizado». Los baños y termas romanas eran de uso público, pero de todos aquellos que tenían la ciudadanía romana. Así lo extranjero se asociaba con la suciedad, los bárbaros eran sucios y no sólo de espíritu. Pudo ser una curiosa reminiscencia de nuestra condición animal, donde el olfato servía para distinguir al amigo del enemigo. El olor fue parte de nuestra identidad, de nuestra clase social y hasta indicador de nuestra edad. Algún lector pensará que lo sigue siendo, en cierta manera, aunque se haya «democratizado» el acceso a perfumes y productos de higiene

 Podemos ver esta suspicacia en esas mismas sociedades desarrolladas donde la oferta y la demanda de estos productos siguen mostrando ciertos estereotipos. Olor a bebé en colonias de baño usadas para todas las edades; apelando al subconsciente de la infancia, tiempo que se supone siempre feliz. Olores fuertes asociados a la masculinidad en los cueros y maderas; olores suaves relacionados con la feminidad como los de las flores. Ciertos perfumes de esencias exclusivas, al alcance de menos personas porque su coste de producción es mayor. Igual que ocurría en el pasado con el acceso a ciertas especias, algo limitado a los privilegiados. Serían los que podrían volver a «separarnos» por clases sociales o por poder adquisitivo, que es el eufemismo al caso. 


Imagen de 2017 cuando el actual Carlos III era todavía Príncipe de Gales.
 Imagen Wikimedia


De esta manera y sin darnos casi cuenta, estamos dando la razón a ese lector suspicaz: el olor fue... y es parte de nuestra identidad, de nuestra clase social y hasta indicador de nuestra edad. Por eso nos parece loable –y no es sarcasmo- la intención del rey Carlos III del Reino Unido de comercializar un perfume basado en los aromas que percibe al abrir las ventanas de su palacio de Highgrove. Un lugar lleno de recuerdos felices, tanto de su matrimonio con Diana de Gales como sobre todo del actual con la reina consorte Camila. Y aunque su precio en el mercado será de unos 180 euros no deben considerarlo un lujo. Piensen que está elaborado como un olor unisex, sin edades definidas, y con el amable propósito de trasladar a un perfume asequible a muchos bolsillos todas las fragancias de su exclusivo jardín. No me digan que eso es ser clasista. 

Además, ¿qué precio pones a compartir la felicidad de un rey? Pues eso, en sus manos queda en tener mejor o peor detalle cuando comiencen a relacionarse con los demás. Ya sea en las carreras de caballos, en la compra del pan, en el uso del transporte público o en la toma de una cerveza en un bar. No lo dude, su buen olor lo hará más sociable

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